lunes, 30 de agosto de 2010

Otro mundo es posible
Entrevista a Fidel Castro Ruz por Carmen Lira Saade
Directora General del diario mexicano
La Jornada
(SON 5 PARTES)

"Posible y próxima", una guerra nuclear; Irán, focus
Se deslinda del PRI, de Salinas y de la mafia que enfrenta AMLO
Cambios profundos "antes de lo imaginado", vaticina a los mexicanos
Injusta y torpe, la persecución a homosexuales en la isla; "quedó atrás"
Quebranto económico, enfermedades y muerte, regalos de EU a Cuba

“Estuve muerto”: Fidel

La Habana, Cuba, lunes 30-martes 31 de agosto.- Estuvo cuatro años debatiéndose entre la vida y la muerte. En un entrar y salir del quirófano, entubado, recibiendo alimentos a través de venas y catéteres y con pérdidas frecuentes del conocimiento… “Mi enfermedad no es ningún secreto de Estado”, habría dicho poco antes de que ésta hiciera crisis y lo obligara a “hacer lo que tenía que hacer”: delegar sus funciones como presidente del Consejo de Estado y, consecuentemente, como comandante en jefe de las fuerzas armadas de Cuba.

“No puedo seguir más”, admitió en aquella fecha —según revela en ésta su primera entrevista, desde entonces, con un medio impreso extranjero—. Hizo el traspaso del mando, y se entregó a los médicos. La conmoción sacudió a la nación entera, a los amigos de otras partes; hizo abrigar esperanzas revanchistas a sus detractores, y puso en estado de alerta al poderoso vecino del norte.

Era el 31 de julio de 2006 cuando dio a conocer, de manera oficial, la carta de renuncia del máximo líder de la Revolución cubana.

Lo que no consiguió en 50 años su enemigo más feroz (bloqueos, guerras, atentados ) lo alcanzó una enfermedad sobre la que nadie sabía nada y se especulaba todo. Una enfermedad que al régimen, lo aceptara o no, iba a convertírsele en secreto de Estado.

(Pienso en Raúl, en el Raúl Castro de aquellos momentos. No era sólo el paquete que le habían confiado casi de buenas a primeras, aunque estuviera acordado de siempre; era la delicada salud de su compañera Vilma Espín —quien poco después fallecería víctima de cáncer—, y la muy probable desaparición de su hermano mayor y jefe único en lo militar, en lo político, en lo familiar.)

Hoy hace 40 días Fidel Castro reapareció en público de manera definitiva, al menos sin peligro aparente de recaída. En un clima distendido y cuando todo hace pensar que la tormenta ha pasado, el hombre más importante de la Revolución cubana luce rozagante y vital, aunque no domine del todo los movimientos de sus piernas.

Durante alrededor de cinco horas que duró la charla-entrevista con La Jornada —incluido el almuerzo—, Fidel aborda los más diversos temas, aunque se obsesione con algunos en particular. Permite que se le pregunte de todo —aunque el que más interrogue sea él— y repasa por primera vez y con dolorosa franqueza algunos momentos de la crisis de salud que sufrió los pasados cuatro años.

“Llegué a estar muerto”, revela con una tranquilidad pasmosa. No menciona por su nombre la divertículis que padeció ni se refiere a las hemorragias que llevaron a los especialistas de su equipo médico a intervenirlo en varias o muchas ocasiones, con riesgo de perder la vida en cada una. Pero en lo que sí se explaya es en el relato del sufrimiento vivido. Y no muestra inhibición alguna en calificar la dolorosa etapa como un calvario.

“Yo ya no aspiraba a vivir, ni mucho menos... Me pregunté varias veces si esa gente (sus médicos) iban a dejarme vivir en esas condiciones o me iban a permitir morir... Luego sobreviví, pero en muy malas condiciones físicas. Llegué a pesar cincuenta y pico kilogramos…”

“Sesenta y seis kilogramos”, precisa Dalia, su inseparable compañera que asiste a la charla. Sólo ella, dos de sus médicos y otros dos de sus más cercanos colaboradores están presentes.

—Imagínate: un tipo de mi estatura pesando 66 kilos. Hoy alcanzo ya entre 85 y 86 kilos, y esta mañana logré dar 600 pasos solo, sin bastón, sin ayuda. Quiero decirte que estás ante una especie de re-su-ci-ta-do —subraya con cierto orgullo. Sabe que además del magnífico equipo médico que lo asistió en todos estos años, con el que se puso a prueba la calidad de la medicina cubana, han contado su voluntad y esa disciplina de acero que se impone a sí mismo siempre que se empeña en algo—. No cometo nunca la más mínima violación. De más está decir que me he vuelto médico con la cooperación de los médicos. Con ellos discuto, pregunto —[pregunta mucho]—, aprendo… [Y obedece].

Conoce muy bien las razones de sus accidentes y caídas, aunque insiste en que no necesariamente unas llevan a las otras: “La primera vez fue porque no hice el calentamiento debido, antes de jugar basquetbol”. Luego vino lo de Santa Clara: Fidel bajaba de la estatua del Che, donde había presidido un homenaje, y cayó de cabeza. “Ahí influyó que los que lo cuidan a uno también se van poniendo viejos, pierden facultades y no se ocuparon”, aclara.

Siguió la caída de Holguín, también cuan grande es. Todos estos accidentes antes de que la otra enfermedad hiciera crisis y lo dejara por largo tiempo en el hospital.

—Tendido en aquella cama, sólo miraba alrededor, ignorante de todos esos aparatos. No sabía cuánto tiempo iba a durar ese tormento y de lo único que tenía esperanza era que se parara el mundo —seguro para no perderse de nada—. Pero resucité —dice, ufano.

—Y cuando resucitó, comandante, ¿con qué se encontró? —le pregunto.

—Con un mundo como de locos... Un mundo que aparece todos los días en la televisión, en los periódicos, y que no hay quien entienda, pero el que no me hubiera querido perder por nada del mundo —sonríe, divertido.

Con una energía sorprendente en un ser humano que viene levantándose de la tumba —como él dice—, y con la mismísima curiosidad intelectual de antes, Fidel Castro se pone al día. Dicen, los que lo conocen bien, que no hay un proyecto, colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada y que en especial lo hace si tiene que enfrentarse a la adversidad, como había sido y era el caso. Nunca como en esos casos parece de mejor humor. Alguien que cree conocerlo bien, le dijo: “las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante”.

La tarea de acumulación informativa cotidiana de este sobreviviente comienza desde que despierta. A una velocidad de lectura que nadie sabe con qué método consigue, devora libros; se lee entre 200 y 300 cables informativos por día; está pendiente y al momento de las nuevas tecnologías de la comunicación; se fascina con Wikileaks, la garganta profunda de la Internet, famosa por la filtración de más de 90 mil documentos militares sobre Afganistán, en los que este nuevo navegante está trabajando.

—¿Te das cuenta, compañera, de lo que esto significa? —me dice—: la Internet ha puesto en manos de nosotros la posibilidad de comunicarnos con el mundo. Con nada de esto contábamos antes —comenta, al tiempo que se deleita viendo y seleccionando cables y textos bajados de la red, que tiene sobre el escritorio: un pequeño mueble, demasiado pequeño para la talla (aun disminuida por la enfermedad) de su ocupante.

—Se acabaron los secretos, o al menos eso pareciera. Estamos ante un periodismo de investigación de alta tecnología, como lo llama el New
York Times, y al alcance de todo el mundo.

—Estamos ante el arma más poderosa que haya existido, que es la comunicación —ataja—. El poder de la comunicación ha estado, y está, en manos del imperio y de ambiciosos grupos privados que hicieron uso y abuso de él. Por eso los medios han fabricado el poder que hoy ostentan.

Lo escucho y no puedo menos que pensar en Chomsky: cualquiera de las trapacerías que el imperio intente debe contar antes con el apoyo de los medios, principalmente periódicos y televisión. Y hoy, naturalmente, con todos los instrumentos que ofrece la Internet. Son los medios los que antes de cualquier acción, crean el consenso. Tienden la cama, diríamos...; acondicionan el teatro de operaciones.

—Sin embargo—, acota Fidel, aunque han pretendido conservar intacto ese poder, no han podido. Lo están perdiendo día con día, en tanto que otros muchos, muchísimos, emergen a cada momento…

Hace entonces un reconocimiento a los esfuerzos de algunos sitios y medios, además de Wikileaks: por el lado latinoamericano, a Telesur de Venezuela, a la televisión cultural de Argentina, el Canal Encuentro, y a todos aquellos medios, públicos o privados, que enfrentan a poderosos consorcios particulares de la región y a trasnacionales de la información, la cultura y el entretenimiento:

Informes sobre la manipulación de los poderosos grupos empresariales locales o regionales, sus complots para entronizar o eliminar gobiernos o personajes de la política, o sobre la tiranía que ejerce el imperio a través de las trasnacionales, están ahora al alcance de todos los mortales… ¡Pero no de Cuba, que apenas dispone de una entrada de Internet para todo el país, comparable a la que tiene cualquier hotel Hilton o Sheraton! Ésta es la razón por la que conectarse en Cuba es desesperante. La navegación es como si se hiciera en cámara lenta…

—¿Por qué es todo esto? —pegunto.

—Por la negativa rotunda de Estados Unidos a darle acceso a lnternet a la isla, a través de uno de los cables submarinos de fibra óptica que pasan cerca de las costas. Cuba se ve obligada, por eso, a bajar la señal de un satélite, lo que encarece mucho más el servicio que el gobierno cubano ha de pagar, e impide disponer de un mayor ancho de banda que permita dar acceso a muchos más usuarios y a la velocidad que es normal en todo el mundo, con la banda ancha.

Por estas razones el gobierno cubano da prioridad para conectarse no a quienes pueden pagar por el costo del servicio, sino a quienes más lo necesitan, como médicos, académicos, periodistas, profesionistas, cuadros del gobierno y clubes de Internet de uso social:

—No se puede más.

Pienso en los descomunales esfuerzos del sitio Cubadebate para alimentar al interior y llevar hacia el exterior la información del país, en las condiciones existentes. Pero, según Fidel, Cuba podrá solucionar pronto esta situación: Se refiere a la conclusión de las obras de cable submarino que se tiende del puerto de La Guaira, en Venezuela, hasta las cercanías de Santiago de Cuba. Con estas obras, llevadas adelante por el gobierno de Hugo Chávez, la isla podrá disponer de banda ancha y posibilidades de acometer una gran ampliación del servicio.

—Muchas veces se ha señalado a Cuba, y en particular a usted, de mantener una posición antiestadounidense a rajatabla, y hasta han llegado a acusarlo de guardar odio hacia esa nación —le digo.

—Nada de eso. ¿Por qué odiar a Estados Unidos, si es sólo un producto de la historia?

No obstante, hace apenas unos 40 días, cuando todavía no había terminado de resucitar, el entrevistado se ocupó, en sus nuevas “Reflexiones”, de su poderoso vecino.

—Es que empecé a ver bien clarito los problemas de la tiranía mundial creciente… —Y se le presentó a Fidel, a la luz de toda la información que maneja, la inminencia de un ataque nuclear que desataría la conflagración mundial—.

—Todavía no podía salir a hablar ni hacer lo que estoy haciendo ahora —me indica—. Apenas podía escribir con cierta fluidez —pues no sólo tuvo que aprender a caminar sino también, a sus 84 años de edad, volver a aprender a escribir—:

“Salí del hospital, fui para la casa… Pero caminé, me excedí. Luego tuve que hacer rehabilitación de los pies. Para entonces ya lograba comenzar de nuevo a escribir. El salto cualitativo se dio cuando pude dominar todos los elementos que me permitían hacer posible todo lo que estoy haciendo ahora. Pero puedo y debo mejorar... y puedo llegar a caminar bien. Hoy, ya te dije, caminé 600 pasos solo. Sin bastón, sin nada, y esto lo debo conciliar con lo que subo y bajo, con las horas que duermo, con el trabajo.

—¿Qué hay detrás de este frenesí en el trabajo, que más que a una rehabilitación puede conducirlo a una recaída?

Fidel se concentra, cierra los ojos como para empezar un sueño. Pero no: vuelve a la carga:

—No quiero estar ausente en estos días. El mundo está en la fase más interesante y peligrosa de su existencia y yo estoy bastante comprometido con lo que vaya a pasar. Tengo cosas que hacer todavía.

—¿Cómo cuáles?

—Como la conformación de todo un movimiento antiguerra nuclear.

Es a esto a lo que viene dedicándose desde su reaparición. Crear una fuerza de persuasión internacional para evitar que esa amenaza colosal se cumpla, representa todo un reto. Y Fidel nunca ha podido resistirse a los retos.

—Al principio yo pensé que el ataque nuclear iba a darse sobre Corea del Norte, pero pronto rectifiqué porque me dije que ése lo paraba China con su veto en el Consejo de Seguridad... Sin embargo, lo de Irán no lo para nadie: no hay veto chino ni ruso. Después vino la resolución (en Naciones Unidas), y aunque Brasil y Turquía vetaron, Líbano no hizo (lo mismo) y entonces se tomó la decisión.

Fidel convoca a científicos, economistas, comunicadores, etcétera, a que den su opinión sobre cuál puede ser el mecanismo mediante el cual se va a desatar el horror, y la forma en que puede evitarse. Hasta a ejercicios de ciencia ficción los ha llevado: “¡Piensen, piensen!”, anima en las discusiones. “Razonen, imaginen…”, exclama el entusiasta maestro en que se ha convertido en estos días.

No todo el mundo ha comprendido su inquietud. No son pocos los que han visto catastrofismo y hasta delirio en su nueva campaña. Y a todo ello habría que agregar el temor que a muchos asalta, de que su salud sufra una recaída.

Fidel no ceja: nada ni nadie es capaz siquiera de frenarlo. Él necesita, a la mayor brevedad, CONVENCER para así DETENER la conflagración nuclear que —insiste— amenaza con desaparecer a una buena parte de la humanidad:

—Tenemos que movilizar al mundo para persuadir a Barack Obama, presidente de Estados Unidos, de que evite la guerra nuclear. Él es el único que puede oprimir el botón, o no.

Con los datos que maneja como un experto y con los documentos que avalan sus dichos, Fidel Castro Ruz cuestiona y hace una exposición escalofriante:

—¿Tú sabes el poder nuclear que tienen unos cuantos países del mundo en la actualidad, comparado con el de la época de Hiroshima y Nagazaki? ¡Cuatrocientas setenta mil veces el poder explosivo que tenía cualesquiera de las dos bombas que Estados Unidos arrojó sobre esas dos ciudades japonesas! Tal es la potencia que tiene cada una de las más de 20 mil armas nucleares que, según cálculos, hoy día hay en el mundo.

“Con mucho menos de esa potencia, con tan sólo cien bombas de las que hay hoy—dice, escandalizado—, se puede producir un invierno nuclear que oscurezca el mundo en su totalidad. Esta barbaridad puede producirse en cosa de unas días… Para ser más precisos, el 9 de septiembre próximo, que es cuando vencen los 90 días otorgados por el Consejo de Seguridad de la ONU para comenzar a inspeccionar los barcos de Irán.

“¿Tú crees que los iraníes van a retroceder? ¿Tú te los imaginas…? Hombres valientes, hombres religiosos que ven en la muerte casi un premio... ¡Pues bien, los iraníes no van a ceder! Esto es seguro. ¿Van a ceder los yanquis…? ¿Qué va a pasar si ni uno ni otro ceden? Y esto puede ocurrir el próximo 9 de septiembre”, según sostiene.

Un minuto después de la explosión, más de la mitad de los seres humanos habrán muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo, escribió Gabriel García Máquez con ocasión del 41° aniversario de Hiroshima.

Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirán el tiempo de los océanos y voltearán el curso de los ríos, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ardientes... La era del rock y de los corazones trasplantados estará de regreso a su infancia glacial...



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No albergo la menor duda que habrá en México grandes cambios

—Dime, dime, ¿qué tanto está diciendo la mafia de todo lo que escribí?

—No es sólo la mafia, eh, comandante. Son más los desconcertados con esas Reflexiones. Y ni qué decir del disgusto que le propinó al gobierno mexicano.

—No tenia ningún interés de criticar al gobierno. ¿Para qué me iba a meter con el gobierno?, ¿por gusto? Si yo me dedicara a meterme con los gobiernos, a decir las cosas malas o equivocadas que considero que han hecho, Cuba no tendría relaciones.

—Se dice que con sus elogios y reconocimiento abiertos, lo que usted dio a Andrés Manuel López Obrador fue el ‘beso del diablo’. Y se preguntan por qué hasta ahora hace públicos tanto las declaraciones de Carlos Ahumada a la justicia cubana, como detalles de su singular relación con Carlos Salinas de Gortari… Sospechan que habría una intención oculta.

—No, no, no. Yo tuve la suerte de encontrarme con el libro de Andrés Manuel. Alguien me lo dio al final de la sesión de la Asamblea. Lo leí rápido y su lectura me inspiró a escribir lo que escribí.

—¿Qué lo inspiró?

—Enterarme de lo que han hecho con la tierra, con las minas; de lo que han hecho con el petróleo… Enterarme del robo, del saqueo que ha sufrido ese gran país; de la barbaridad ésa que han cometido y que (hoy tiene a México como lo tiene)...

—Hay desconfiados de uno y otro bando que insisten en que detrás de su carambola hay otros propósitos.

—No. Yo no tenía planeado escribir lo que escribí; no estaba en mis planes. Yo tengo agenda libre.

—Pues levantó una gran polvareda. Le aviso: lo acusan de haber desatado todo un escándalo político y le llueven las críticas porque dicen que, ya sea para bien o para mal, usted, comandante, se ha metido en el proceso electoral mexicano…

—¿Ah, sí? —pregunta muy animado—. ¿Así que hay críticas contra mí…? ¡Qué bueno, qué bueno! ¡Mándamelas! ¿Y de quién son las críticas?

—De muchos, menos de uno. El único (de los involucrados) que no ha dicho una sola palabra es Carlos Salinas.

—Porque es el más inteligente. Siempre lo fue, además de más hábil —observa y exhibe una sonrisa maliciosa. Por su expresión, pareciera que ya está esperando la respuesta de Salinas. Quizás hasta en un libro.

Más adelante, Fidel pasa a repetir algunos pasajes de sus Reflexiones: Que Salinas había sido solidario con Cuba. Que cuando (en 1994) actuó de mediador (designado por Clinton) entre Estados Unidos y la isla, “se portó bien y fungió realmente como mediador y no como aliado de Estados Unidos…” Que cuando Salinas obtuvo del gobierno cubano la aceptación para refugiarse en este país y hasta adquirir “legalmente” una casa, se veían con determinada frecuencia e intercambiaban puntos de vista…

—Llegué a pensar que él nunca trató de engañarme —dice, socarrón.

—¿De veras? —le replico.

¿Acaso Salinas comentó o consultó con él la decisión de su gobierno de abrirse a la relación con organizaciones terroristas declaradas, como era el caso de la Fundación Nacional Cubano Americana creada con el exclusivo propósito de derrocar al régimen castrista y asesinar a su presidente, Fidel Castro?

Por primera vez en la historia de las relaciones entre los dos países, un gobierno de México abría las puertas de la casa presidencial a Jorge Mas Canosa, a la sazón presidente de esa organización paramilitar, vieja enemiga de la Revolución cubana.

—Lo que usted trajo a esta casa fue a un asesino, le dije a Carlos Salinas en aquella ocasión, durante una entrevista con La Jornada. Salinas asintió con la cabeza, concediéndome razón, pero de inmediato se justificó diciendo que lo que buscaba su gobierno era participar, con la pluralidad cubana, en el diálogo que se estaba realizando para acercar a las partes:

“ ‘Quiero decirle que México es sumamente respetuoso de los procesos internos que decidan los cubanos’, aseguró entonces. ‘Pero lo que suceda a Cuba no va a ser ajeno a los mexicanos; los mexicanos no podemos estar ausentes de las transformaciones que se den en ese país porque repercutirán en México, en toda Latinoamérica… Tenemos que mantener esta comunicación con todo el abanico de opiniones’ ” (La Jornada, agosto de 1992).

—¿Opiniones? ¿México necesitaba la opinión de un criminal para enriquecer su diálogo con los países vecinos? —inquiero ahora.

Fidel ha bajado la cabeza y pregunta como para sí mismo:

—¿Por qué nos hizo eso? Él se había portado como amigo de Cuba. Con él se arreglaban los asuntos políticos o económicos pendientes. En fin, daba la impresión de que no tenía problemas con nosotros. ¿Por qué demonios tenía que recibir al bandido ése? —se pregunta un tanto desconcertado. Pero no quiere manifestarse más.

Hace rato que había dado vuelta a la página o la había reservado para el momento en que, tras el balance obligado, decidiera hacer del conocimiento público la terminación de su relación con el ex presidente mexicano, como ocurrió con su Reflexión titulada “El gigante de las siete leguas”.

—Cuba nunca quiso entregar la documentación filmada que probaba el complot contra López Obrador, como se lo demandó en su momento el PRD.

—En eso no los podíamos complacer —explica—. Enviamos toda la documentación a la autoridad que solicitó la extradición (la cancillería mexicana). Otra actitud no habría sido seria.

Tiempo más adelante, Fidel enfermó gravemente y ese asunto, como muchos otros, habría tenido que esperar.

—¿Por qué la mención a López Obrador en estos momentos casi preelectorales?

—Porque yo tenía una deuda con él. Yo quería decirle que (aunque no accedió a entregarle la documentación solicitada) no estábamos en ningún complot en su contra, ni (estuvimos) ni estamos coaligados con nadie para hacerle daño. Que, como dije en mi escrito, me honro en compartir sus puntos de vista.

—Ahí es precisamente donde dicen que le dio el ‘beso del diablo’, comandante.

—Así que ¡ni hablar de invitarlo a visitar Cuba!, ¿verdad? —dice sonriendo como un pícaro—. Estaría arriesgando mucho, ¿o no es así? Le caería encima toda la pandilla esa, para desacreditarlo y quitarle votos.

—¡Como hace 50 años, en los primeros tiempos de la Revolución, en que viajar a Cuba era toda una osadía. Una foto en llegadas o salidas del aeropuerto de México a La Habana podía costar persecución, golpes, cárcel... !

Fidel mantiene su risita, y aconseja:

—No se preocupen tanto ustedes, los mexicanos, por esas cosas. Todo eso va a cambiar. No albergo la menor duda de que más pronto de lo que imaginan habrá en México grandes cambios.




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Soy responsable de la persecución a homosexuales que hubo en Cuba

Aunque no hay nada que denote en él malestar alguno, creo que a Fidel no le va a gustar lo que voy a decirle:

—Comandante, todo el encanto de la Revolución cubana, el reconocimiento, la solidaridad de una buena parte de la intelectualidad universal, los grandes logros del pueblo frente al bloqueo… En fin, todo, todo se fue al caño por causa de la persecución a homosexuales en Cuba.

Fidel no rehúye el tema. Ni niega ni rechaza la aseveración, sólo pide tiempo para considerar, según recuerda, cómo y cuándo se desató el prejuicio en las filas revolucionarias.

—Hace cinco décadas, y a causa de la homofobia, se marginó a los homosexuales en Cuba y a muchos (de ellos) se les envió a campos de trabajo militar-agrícola, acusándolos de contrarrevolucionarios.

—Sí. Fueron momentos de una gran injusticia, ¡una gran injusticia, y la hicimos nosotros! —reconoce—. Estoy tratando de delimitar mi responsabilidad en todo eso porque, desde luego, personalmente yo no tengo ese tipo de prejuicios.

Se sabe que entre los mejores y más antiguos amigos de Fidel hay homosexuales. Pero entonces, ¿cómo se conformó ese odio al diferente?

Castro Ruz sugiere enseguida que todo se fue produciendo como una reacción espontánea en las filas revolucionarias, que venía de las tradiciones.

—En la Cuba anterior no sólo se discriminaba a los negros. También se discriminaba a las mujeres y, desde luego, a los homosexuales…

—Sí, sí. Pero no en la Cuba de la nueva moral, de la que tan orgullosos estaban los revolucionarios de dentro y de fuera... ¿Quién fue, por lo tanto, el responsable, directo o indirecto, de que no se pusiera un alto a lo que estaba sucediendo en la sociedad cubana? ¿El Partido… ? Porque ésta es la hora en que el Partido Comunista de Cuba no explicita en sus Estatutos la prohibición a discriminar por orientación sexual.

—No —precisa Fidel—. Si alguien es responsable, soy yo. Es cierto que en esos momentos no me podía ocupar de ese asunto. Me encontraba inmerso, principalmente, en (la complejidad de los problemas de) la Crisis de Octubre, de la guerra, de las cuestiones políticas…

—Pero tal se convirtió en un serio y grave problema político, comandante.

—Comprendo, sí; lo comprendo. Y nosotros no lo supimos valorar. Sabotajes sistemáticos… ataques armados… se sucedían todo el tiempo. Teníamos tantos y tan terribles problemas, problemas de vida o muerte, ¿sabes?, que no le prestamos suficiente atención.

—Después de todo aquello, se hizo muy difícil la defensa de la Revolución en el exterior. La imagen se había deteriorado para siempre entre algunos sectores, sobre todo de Europa.

—Comprendo —repite—. Era lo justo...

—La persecución a homosexuales podía darse con menor o mayor protesta en cualquier parte del mundo, pero no en la Cuba revolucionaria —le digo.

—Comprendo. Es como cuando el santo peca, ¿verdad? No es lo mismo que peque el pecador, ¿o me equivoco?

Fidel esboza una tenue sonrisa, para luego volver a ponerse serio:

—Mira, piensa tú cómo eran los días nuestros en aquellos primeros meses de la Revolución: la guerra con los yanquis, el asunto de las armas y, casi simultáneamente a ellos, los planes de atentados contra mi persona…

Fidel revela lo tremendamente que influyeron en él y lo que alteraron su vida las amenazas de atentados y los atentados mismos de que fue víctima: no podía estar en ninguna parte, no tenía ni dónde vivir, las traiciones estaban al orden del día y el Comandante tenía que andar a salto de mata.

—Escapar a la CIA, que compraba tantos traidores, a veces entre la misma gente de uno, no era cosa sencilla. Pero de todas maneras, si hay que asumir responsabilidad, yo asumo la mía. No voy a echarle la culpa a otros. Lamento no haber corregido entonces.

Hoy, sin embargo, el problema se está enfrentando. Bajo el lema “La homosexualidad no es un peligro, la homofobia sí”, se celebró recientemente en muchas ciudades del país la tercera Jornada Cubana por el Día Mundial Contra la Homofobia.

Gerardo Arreola, corresponsal de La Jornada en Cuba, da cuenta puntual del debate y la lucha que se lleva adelante en la isla por el respeto a los derechos de las minorías sexuales.

Arreola refiere que es Mariela Castro, una socióloga de 47 años, hija del presidente cubano Raúl Castro, quien lidera el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), institución que —según ella lo afirma— ha conseguido mejorar la imagen de Cuba después de la marginación de los años 60.

“Aquí estamos las cubanas y los cubanos, para seguir luchando por la inclusión, para que ésta sea la lucha por todas y por todos, por el bien de todas y de todos”, manifestó Mariela Castro al inaugurar la jornada que se cita, escoltada por varios transexuales que sostenían una bandera cubana y otra del movimiento gay: multicolor.

Hoy en Cuba, los esfuerzos por los homosexuales incluyen iniciativas como cambio de identidad de transexuales o las uniones de civiles entre personas del mismo sexo.

Desde los años 90, la homosexualidad en la isla está despenalizada, aunque no deja de haber del todo casos de asedio policial. Y desde 2008 se practican operaciones gratuitas de cambio de sexo.




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El bloqueo

En 1962 Estados Unidos decretó el bloqueo contra Cuba. Se trató de una feroz tentativa de genocidio… como le ha llamado Gabriel García Márquez, el escritor que mejor ha cronicado el periodo.

—Periodo que dura hasta nuestros días —me advierte Fidel. Y luego agrega—: El bloqueo está vigente hoy más que nunca, y con el agravante, en estos momentos, de que es ley constitucional en Estados Unidos, por el hecho de que la vota el presidente, la vota el Senado, la vota la Cámara de Representantes.

—El número de votos y su aplicación pueden aliviar considerablemente, o no, la situación. Pero ahí está.

—Sí, ahí está la ley Helms-Burton, injerencista y anexionista… y la ley Torricelli, debidamente aprobadas por el Congreso de Estados Unidos. Recuerdo bien al senador Helms el día de 1996 en que le fue aprobada su iniciativa. Estaba exultante y repetía ante los periodistas lo central de sus pretensiones: ‘Castro se tiene que ir de Cuba. No me importa cómo Castro deje el país: si es en forma vertical o en forma horizontal, eso es asunto de ellos, pero Castro debe dejar Cuba’.



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Comienza el cerco

Sigue hablando Fidel Castro: “En 1962, cuando Estados Unidos decretó el bloqueo, Cuba se encontró de pronto con la evidencia de que no tenía nada más que seis millones de cubanos resueltos, en una isla luminosa y desguarnecida…”

Nadie, ningún país, podía comerciar con Cuba; con nadie se podía comprar o vender, ¡ay de aquel país o empresa! que no se sujetara al asedio comercial decretado por Estados Unidos! Siempre me llamó la atención aquel barco de la CIA que patrulló las aguas territoriales hasta hace unos pocos años, para interceptar los barcos que llevaran mercancías a la isla.

El problema mayor, sin embargo, fue siempre el de las medicinas y los alimentos, que se mantiene hasta nuestros días. Todavía hoy no se permite a ninguna empresa alimentaria comerciar con Cuba, ni siquiera por la importancia de los volúmenes que la isla adquiriría o porque ésta siempre está obligada a pagar por adelantado.

Condenados a morir de hambre, los cubanos tuvieron que inventar la vida otra vez desde el principio, dice García Márquez. “Desarrollaron una tecnología de la necesidad y una economía de la escasez”, relata. “Toda una cultura de la soledad.”

No hay gesto de pesar ni de amargura cuando Fidel Castro evoca la derelicción en que dejó a Cuba gran parte del mundo. Al contrario:

—La lucha, la batalla que tuvimos que dar, nos llevó a hacer esfuerzos superiores a los que tal vez habríamos hecho sin bloqueo —resume.

Recuerda —con una suerte de orgullo—, por ejemplo, la gigantesca operación de masas que llevaron adelante cinco millones de muchachos, agrupados en los CDR (Comités de Defensa de la Revolución). “Tan sólo en una jornada de ocho horas lograron una vacunación masiva en todo el país, con la que erradicaron enfermedades como la polio o el paludismo”.

Trae a la memoria asimismo cuando más de un cuarto de millón de alfabetizadores (cien mil de ellos, niños) se echaron a cuestas la alfabetización de la mayor parte de la población adulta del país que no sabía leer ni escribir.

Pero “el gran salto se da, sin duda alguna, en la medicina y en la biotecnología”. Se habla de que Fidel mismo mandó a formar en Finlandia a un equipo de científicos y médicos que habrían de encargarse de la producción de medicamentos:

—El enemigo usó contra nosotros la guerra bacteriológica. Trajo el virus II del dengue. (En la Cuba prerrevolucionaria no se conocía ni el [virus] I). Aquí nos apareció el II, que es mucho más peligroso porque produce un dengue hemorrágico que ataca sobre todo a los niños. Entró por Boyeros. Lo trajeron los contrarrevolucionarios, esos mismos que andaban con Posada Carriles, esos mismos que indultó Bush, esos mismos que dieron lugar al sabotaje del avión de Barbados… Esa misma gente llevó a cabo la tarea de introducir el virus.

—Culpaban a la misma Cuba porque, según se aducía, había aquí mucho mosquito —le digo.

—¿Cómo no iba a haberlos, si para combatirlos hace falta el abate y el abate no lo podíamos obtener: nada más se producía en Estados Unidos? —responde.

El rostro de Fidel Castro se ensombrece. Aún repone:

—Se nos empezaron a morir los niños. No teníamos con qué atacar la enfermedad. Nadie nos quería vender los medicamentos y los equipos con los que se erradica el virus. Ciento cincuenta personas murieron víctimas de la enfermedad. Se trataba de casi puros niños. Tuvimos que acudir a las compras por contrabando, aunque era carísimo. Prohibieron incluso traerlo. Una vez, por misericordia, dejaron traer un poco.

“Por misericordia”, ha dicho el hombre fuerte de la Revolución. Ante ello, confieso mi turbación. Aclara, entonces:

—No precisamente por misericordia sino por solidaridad, acudieron algunos amigos de Cuba. Fidel menciona, por México, a los Echeverría: Luis y María Esther que, aunque ya no estaban en el gobierno, pudieron conseguir varios equipos que permitieron paliar de alguna forma la epidemia.

—No los olvidaremos nunca —dice, conmovido.

—¿Ya ve? —advierto—: No todo han sido malas o desafortunadas relaciones con personajes del poder mexicano.

—Desde luego que no —establece antes de que demos por concluida la plática-entrevista y pasemos al almuerzo, que compartimos con su esposa Dalia Soto del Valle.

Desde esa terraza sideral donde se coloca para mirar y analizar el mundo, la vida, Fidel hace un brindis por que en el mundo del futuro tengamos una sola patria:

—¡Qué es eso de que unos son españoles, otros ingleses, otros africanos, y que unos tienen más que otros! El mundo del futuro tiene que ser común, y los derechos de los seres humanos tienen que estar por encima de los derechos individuales. Va a ser un mundo rico donde los derechos sean igualitos para todos.

—¿Cómo se va a conseguir todo eso, comandante?

—Educando. Educando y creando amor y confianza.