jueves, 6 de junio de 2013

AMV o a la democracia se marcha por la izquierda


Fotografía del archivo de La Jornada

ELVIRA CONCHEIRO


Arnoldo Martínez Verdugo, comunista revolucionario

La Jornada / México, DF
Martes 4 de junio, 2013


Es fundamental recordar a Arnoldo Mar­tínez Verdugo por sus enormes contribuciones a la transformación democrática de México y a la unidad de las izquierdas del país. Esos procesos que se abrieron camino en la década de los ochenta del siglo pasado no son explicables sin su paciente, fundamentado y persistente actuar. Es ese Arnoldo el que es reconocido por muchos de los actores políticos de ahora y el que cada quien recupera de acuerdo con su postura política del momento.


Pero no deja de llamar la atención la superficialidad con que se han tratado estos aportes. Flaco homenaje tratándose de un personaje que propició tantos debates y dio tanta importancia a la elaboración e interpretación de la realidad, al análisis de sus peculiaridades concretas, como requisito indispensable para su transformación profunda.


Una cosa es ver aquellas contribuciones de Arnoldo con los anteojos de lo que es la restringida y deformada democracia de nuestros días y, por tanto, despojadas del profundo contenido subversivo que les otorgaba, y otra muy diferente entenderlas integradas a una política comunista, es decir, como factores de un cambio radical de amplias miras, como combates por la superación de la explotación de los trabajadores y la opresión de todo tipo. Lo primero, lo presenta vacío de contenido y conlleva el pragmatismo que se aleja huyendo de la vida de lucha que representa Arnoldo. Lo segundo es lo que da sentido a ese encarnizado combate de los comunistas, lleno de historias de cárcel y persecuciones, pero también de búsquedas creativas, de conquistas de derechos, de movimientos innovadores, de fiestas de Oposición.


Resulta sintomático de la situación que prevalece en las filas de las izquierdas sostener la confusión entre lo que son las formas de lucha y los posibles caminos de la transformación social, y expresa que esta última no aparece en su horizonte. Arnoldo, en contraste, distinguía unas de otros y entendía que son resultados de las condiciones planteadas por la realidad política específica y nunca predilecciones arbitrarias de algún dirigente político. Por eso no rechazó a priori ninguna forma de lucha y defendió que en México la lucha por la democracia era el camino de una transformación revolucionaria, parte de un proyecto comunista.


Arnoldo comenzó en los años cuarenta su militancia política en la escuela de la Esmeralda, donde se afilió al PCM bajo la influencia de los pintores comunistas que aquellos años representaban una importante vanguardia cultural y un referente político militante. Aquella primera experiencia le dio la peculiaridad de ser un líder político con enormes inquietudes intelectuales, culturales y artísticas, asunto nada común en nuestro país.


A él le debemos el impulso de debates sustanciales en las páginas de Historia y Sociedad, Socialismo, El Machete, Memoria, sobre temas tales como lo que significa construir contrahegemonía en un país como el nuestro, para lo cual, además, impulsó el estudio de Gramsci y de un Lenin desconocido, que escapaba al que el estalinismo había confeccionado a su medida. Arnoldo destaca por la lucha persistente contra toda visión dogmática, que impedía alcanzar una política de independencia frente a cualquier poder. Asunto también nada fácil en México, como lo muestra tan larga historia de oportunismo-sectarismo, binomio en el que recurrentemente se entrampa aquí la construcción de una fuerza nacional-popular, autónoma del poder estatal.


Martínez Verdugo –en términos de Marx– combatió toda expresión de que los comunistas pudieran tener intereses específicos, diferentes de los que atañen a los trabajadores, lo mismo que la idea de que el partido fuera por definición su representante. El colectivo partidista que dirigía Arnoldo no era, en su visión, sino parte de un complejo proceso sociopolítico que genera diversas expresiones de los sujetos de la transformación social, por lo que entendía a la izquierda en su necesaria diversidad y pluralidad. También entendió al PCM como un agrupamiento de iguales, a los que unía su conciencia y compromiso con la transformación revolucionaria del país y la solidaridad internacional, razón por la que concibió su tarea dirigente en un sentido colectivo y se empeñó en formar un partido en democracia, cuyas decisiones eran tomadas tras intensas discusiones. Eso mismo lo llevó a no tener apego a sus cargos dirigentes y dejarlos sin conflicto, cuestión que tampoco resulta común.


La transformación económico-social de México, que no sólo política; las formas de lucha, los instrumentos teóricos y organizativos para lograrla: he ahí un programa que dejó planteada la militancia comunista de Arnoldo, mismo que hoy la izquierda debería volver a discutir con rigor.  | eS |

martes, 4 de junio de 2013

Arnoldo Martínez Verdugo y los "chuchos" del PRD

TRAS LAS HUELLAS DE JESÚS ORTEGA ANTES DE SU NUEVA "IZQUIERDA" PERREDISTA


A los chuchos, desde hace 27 años e incluso desde la época del echeverrismo (que no se haga tonto Muñoz Ledo), Arnoldo Martínez Verdugo ya los veía venir*



Twitter: @EduardoSuarez_




• El duro encontronazo se dio a raíz del fraude electoral de 1986 en Chihuahua. El PST y su entonces dirigente histórico Rafael Aguilar Talamantes, defendió la tesis del “fraude patriótico”, esgrimida por el PRI para justificar la derrota de los “conservadores” del PAN


• Desde la tribuna de San Lázaro, [Arnoldo] Martínez Verdugo criticó a esos integrantes del PST como “los socialistas del presidente”. Entre ellos estaban, Graco
Ramírez (¡pero cómo no!) y Jesús Ortega [Martínez]



Jenaro Villamil


01JUN2013

http://homozapping.com.mx/2013/06/martinez-verdugo-y-los-chuchos-los-caminos-que-se-bifurcan/



Una de las primeras decisiones adoptadas por Jesús Ortega Martínez cuando finalmente llegó a la presidencia nacional del PRD, en noviembre de 2008, fue cortar la pensión para los consejeros eméritos del partido. Una de esas pensiones era para Arnoldo Martínez Verdugo, ex secretario general del Partido Comunista Mexicano, ex candidato presidencial en 1982 por el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) y, paradójicamente, uno de los personajes claves en la fundación del partido que ahora dirige la corriente política conocida como los “chuchos”.



Martínez Verdugo, a sus 84 años entonces, no tenía otro ingreso. Vivía modestamente en la delegación Tlalpan. Relegado por sus propios ex colegas del Partido Comunista al interior del PRD, ahora recibía un golpe de mando de su viejo adversario: Jesús Ortega, a quien él alguna vez consideró como parte de los “socialistas del presidente” —en alusión a la condición de partido paraestatal del PST o Partido Socialista de los Trabajadores [más adelante, Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, PFCRN o “ferrocarril”] en la década de los ochenta.



La pensión a Martínez Verdugo sólo se restableció unos meses antes de su fallecimiento, cuando Jesús Zambrano, integrante también de la corriente Nueva Izquierda, llegó a la presidencia nacional del PRD. A petición del actual senador Alejandro Encinas, la dirección perredista trató de enmendar ese error.



“Le retiraron su apoyo mensual. Me parecía una canallada porque si alguien fue el verdadero impulsor del PRD fue el propio Martínez Verdugo”, rememoró Alejandro Encinas, contendiente de Jesús Ortega en las polémicas y fraudulentas elecciones internas de 2008.



La eliminación de la pensión a Martínez Verdugo y a otros consejeros eméritos no sólo era una demostración de menosprecio. Minimizó el papel que jugó el ex candidato presidencial de 1982 en la fundación del propio partido. Sin su venia, el Partido Mexicano Socialista (PMS) no hubiera accedido a ceder el registro al PRD, que provenía del Partido Comunista Mexicano (PCM).



Porfirio Muñoz Ledo, impulsor de la Corriente Democrática del PRI y ex presidente nacional del PRD, confirmó a Proceso que Martínez Verdugo jugó un papel fundamental para que el naciente Partido de la Revolución Democrática, en 1989, heredara el registro legal del Partido Comunista Mexicano (PCM), el mismo que dio origen al Partido Socialista Unificado de México (PSUM), en 1981, y al Partido Mexicano Socialista (PMS), en 1987.



En casa del entonces secretario general del PMS, Gilberto Rincón Gallardo, se reunieron varios integrantes de la dirección de este partido, incluyendo a Jorge Alcocer, Heberto Castillo, y el propio Martínez Verdugo. Rincón Gallardo propuso la idea de cederle [al PRD] el registro del PMS y varios de los presentes miraron a Martínez Verdugo, considerado en ese entonces como el principal líder político sobreviviente del comunismo mexicano. Martínez Verdugo apoyó esta posibilidad.



Muñoz Ledo recordó también que Martínez Verdugo sugirió que el nombre del nuevo partido fuera “de la revolución democrática” porque “era un concepto que ellos ya traían desde la fundación del PSUM”. [Cierto, y aun desde antes: desde los Congresos XIX y XX (último) del PCM, donde se debatió acerca de la necesidad de una nueva revolución democrática y socialista, último concepto, éste (socialista) al que se opuso Porfirio).- eS]



Martínez Verdugo “ya había avizorado una eventual fractura del sistema político hegemónico que podría conducir al surgimiento de una corriente democrática y tal vez a su desprendimiento, desde antes de 1988”, afirmó Muñoz Ledo.



De hecho, el primer representante del naciente PRD ante el Instituto Federal Electoral fue Martínez Verdugo, en 1989. Su suplente, un político que promovió la ruptura del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y se había acercado al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Se trataba de Jesús Ortega Martínez. El fundador de Nueva Izquierda al poco tiempo sustituyó a Martínez Verdugo en el IFE.





LOS “SOCIALISTAS DEL PRESIDENTE”



El desencuentro entre Martínez Verdugo, secretario general del Partido Comunista Mexicano de 1963 hasta 1981, y la corriente ahora conocida como “los chuchos”, está en el origen de las tensiones actuales del PRD.



[Dato equivocado: las tensiones se decantan desde que Andrés Manuel López Obrador, en su turno como presidente del PRD, deja en las manos de Jesús Ortega el manejo del grueso de los asuntos internos del perredismo, pero venían desde que el “ferrocarril” presidido por Rafael Aguilar Talamantes se había opuesto férreamente —los futuros “chuchos” inclusive— a la formación de un partido político aparte de los que habían quedado comprendidos en el FDN o Frente Democrático Nacional (1987-1988), o sea el PARM, el PPS y el propio PFCRN —sin el PC porque la alianza de éste con la Corriente Democrática de Cárdenas se cocinó aparte y ya casi en vísperas de las elecciones .- eS]



Formaron parte de las dos caras de la izquierda partidista: el PCM y otros grupos que representaban a la corriente independiente del poder político del PRI, y el PST, que junto con el PARM y el PPS eran considerados una “izquierda paraestatal”, creada al final del sexenio de Luis Echeverría y que obtuvo el registro también en 1979, tras la reforma política impulsada por Jesús Reyes Heroles.



El duro encontronazo se dio a raíz del fraude electoral de 1986 en Chihuahua. El PST y su entonces dirigente histórico Rafael Aguilar Talamantes, defendió la tesis del “fraude patriótico”, esgrimida por el PRI para justificar la derrota de los “conservadores” del PAN.



Desde la tribuna de San Lázaro, Martínez Verdugo criticó a esos integrantes del PST como “los socialistas del presidente”. Entre ellos estaban, Graco Ramírez y Jesús Ortega.



Desde su condición de secretario general del PCM [el cargo más elevado en ese partido] e impulsor de la unidad de los grupos de izquierda independiente, Martínez Verdugo fue un interlocutor fundamental y directo de Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación en el sexenio de [José] López Portillo, en esa primera reforma política que dio origen a la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE). Esta reforma es considerada por distintos especialistas como “el parteaguas” que permitió la apertura electoral del viejo régimen priista y aceleró la creación de nuevos partidos políticos.



La reforma política aceleró la creación del Partido Socialista Unificado de México en 1981. Un año después, Martínez Verdugo fue el candidato presidencial del naciente partido y le reconocieron poco más de 820 mil votos (el 3.48 por ciento) en 1982.



Para las elecciones legislativas de 1985, el PSUM tuvo 12 diputados federales coordinados por Arnoldo Martínez Verdugo, frente a igual número de diputados federales del PST, coordinados entonces por Rafael Aguilar Talamantes. Los otros partidos considerados “paraestatales” también tenían una bancada significativa: el PPS y el PARM, once legisladores cada uno […].



En aquella bancada coordinada por Martínez Verdugo estuvieron Demetrio Vallejo, histórico líder de los ferrocarrileros que se había separado de Heberto Castillo en el PMT, Ramón Danzós Palomino, Leopoldo de Gyves, Arturo Whaley, Jorge Alcocer, Eduardo Montes, Gerardo Unzueta, Rodolfo Sánchez Rebolledo, Pablo Pascual y Eraclio Zepeda.



La primera prueba de unidad para el bloque de legisladores de izquierda independiente con la oposición del PAN (con 38 diputados federales) fueron las elecciones estatales de Chihuahua. El fraude de 1986 logró, por primera vez, la alianza entre diputados del PSUM, PMT y PRT con los panistas. Integraron el Movimiento Nacional Democrático para protestar contra el fraude. Ahí participaron Pablo Emilio Madero, del PAN, Arnoldo Martínez Verdugo, del PSUM, Heberto Castillo, del PMT, Luis Sánchez Aguilar, del PSD, y la ex candidata presidencial del PRT y dirigente de las madres de los desaparecidos, Rosario Ibarra de Piedra.



El Movimiento Nacional Democrático acordó convocar a un foro nacional de protesta contra el fraude en agosto de 1986, y sostuvieron encuentros en Ciudad Juárez con los panistas de Chihuahua que encabezaron una huelga de hambre: Luis H. Alvarez, Francisco Villarreal y Víctor Manuel Oropeza (ver Proceso, No. 0511).



Durante su intervención en San Lázaro, Martínez Verdugo argumentó así la alianza contra el fraude en 1986:



“Tengo la convicción de que esta convergencia es algo que debemos desarrollar con la máxima amplitud, en defensa del voto, contra el fraude electoral, contra un sistema electoral que ofende la dignidad del pueblo. En torno de esta tarea, esta coincidencia es de aquellas que pueden impulsar realmente el cambio que nuestro país necesita”.



“Vivimos una democracia fraudulenta, falsa”, sentenció. Y propuso que frente a la política del fraude electoral, “opongamos una solución social. Un pacto social nuevo, en el terreno más elemental de la democracia: el respeto al voto” (Ibid).



No fue ésta la única actitud de menosprecio que vivió Martínez Verdugo, pero sí la más dura. Tampoco era la primera vez que Jesús Ortega Martínez minimizaba el papel de la figura considerada ahora como el “principal visionario” de la unidad de las izquierdas.





HACIA LA CREACIÓN DEL PRD



El fraude de 1986 en Chihuahua y la víspera de la elección presidencial de 1988 aceleraron la creación de un nuevo partido de las izquierdas independientes. Arnoldo Martínez Verdugo, desde el PSUM, y Heberto Castillo, dirigente del PMT, [habían impulsado ya antes] junto con otros grupos que quedaron al margen del proceso unificador de 1981 la fundación del Partido Mexicano Socialista, en 1987.



A él se sumaron también el Movimiento Revolucionario Popular (MRP), el Partido Patriótico Revolucionario (PPR), la Unidad de Izquierda Comunista (UIC) y una fracción del PST que [dadas las corrientes nuevas de los vientos] se separó de Aguilar Talamantes.



El propio Jesús Ortega justificó así su separación de Aguilar Talamantes y su integración al naciente PMS:



“Hay que recordar que nosotros rompimos con él cuando nos dimos cuenta que estaba en una actitud oportunista, y al servicio de intereses que no eran del partido, y partimos la mitad al PST, para formar el PMS. Eso fue importante”.



El PMS tuvo una vida breve. Tras una intensa elección interna, Heberto Castillo ganó la candidatura presidencial para 1988, pero ya la escisión de la Corriente Democratizadora del PRI y la fundación del Frente Democrático Nacional (FDN) en torno a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, obligó a la nueva organización de izquierda a tomar una definición.



Martínez Verdugo, junto con otros dirigentes históricos, fueron definitivos para convencer a Heberto Castillo que declinara su candidatura a favor de Cárdenas. El PMS fue el último partido en sumarse a Cárdenas y el primero en impulsar la fundación del PRD.



El FDN “es una creación muy importante, pero ya no responde a las exigencias del movimiento contra la consumación del fraude y la democratización del país”, declaró entonces Martínez Verdugo.



Convencido de que había que diluir el FDN, Martínez Verdugo propuso la creación de un nuevo partido. De lo contrario, sería muy difícil establecer candidaturas comunes. “El PRI se aprovechó de nuestra dispersión”, sentenció Martínez Verdugo en septiembre de 1988, recién confirmado el fraude electoral (ver Proceso No. 620).



A 25 años de distancia y durante el festejo de sus 88 años de vida, la revista Zurda, dirigida por Alejandro Encinas, le dedicó un número especial a Arnoldo Martínez Verdugo que anticipó las reflexiones surgidas a raíz de su fallecimiento, el 24 de mayo pasado.



Encinas remató así su reflexión sobre el legado de Martínez Verdugo:



“El último dirigente del Partido Comunista Mexicano asumió que era indispensable dialogar con las demás fuerzas políticas, pero inalterablemente asumiendo una postura sólida y digna, donde los principios y la autonomía no están a negociación.



“En tiempos en los que se pretende reinstaurar la premisa de que todo lo que no gire en la órbita presidencial es subversivo, la izquierda enfrenta el dilema de cómo relacionarse con el régimen, evitando el fantasma de la división que le persigue como una maldición”.



* Encabezado, secundarias, subtítulos y encorchetados de Eduardo Suárez | blog MDC Mundo Demonio y Carne

sábado, 1 de junio de 2013

DF - Vivir del todo o suicidarse en el metro



Eduardo Suárez

Se pasan. ¿Dónde ha quedado la piedad cristiana? No hagan leña de los caídos o “arrojados” por otros a las vías del metro. No saquen raja de los accidentes, y a los suicidas ya no sigan matándolos.

 

Salir tempranito de casa y aventurarnos por nuestra selva de asfalto es un placer que tortura, produce dicha y calambres y, como casi todo lo demás en la globalización capitalista made in USA, tiene su precio. Hay que arriesgarse pero no ser temerario.


Esa es la clave, pero lo fácil es culpar a las autoridades. A las locales y las que hagan falta. Es buen pivote para los desahogos personales y en ocasiones hasta para el autoengaño:
 

Vox populi - “¿Quién dijo frustraciones?”



Tales escapes suelen durar poco. Son, además, injustificados porque, al margen del descuido de cada uno y la desidia de quienes tendrían que poner más atención en su encargo a cambio de dejar de repetir como si fuesen propias las simplezas de los comunicadores de Peña, la verdad es que el grueso de las insuficiencias que padece la metrópoli tiene su origen en la mezquindad de panistas y priistas a la hora en que de lo que se trata es de darle a la capital de México suficientes partidas del erario.


Bien dicha aquí la vulgaridad: lo que pretenden es seguir teniéndonos fuertemente agarrados de los huevos. A todos. A las autoridades locales en turno (Mancera y su coro a modo), y al resto del total de los mexicanos que pueblan del DFectuoso: a los nacidos aquí y a los migrantes; todos éstos que somos los chilangos, defeños inclusive. (Cualquier otra definición, perdón por la tautología, es-por-definición-discriminatoria. Culero el que no haga caso.)


Antes de que siga adelante, me rehúso a ofender la inteligencia del lector; en consecuencia, no he de precisar enseguida “a modo” de quién o quiénes. Paso de largo. Mejor digo, no sin ironía, ¡gracias, Ebrard!, y además con camaradería de la buena “gracias” también a Andrés Manuel López Obrador por esa su inveterada y me temo que ya crónica costumbre del Laisser faire, laisser aller… ¿Con qué objeto tamaña complacencia?, me pregunto. ¡Si hasta los gringos a través de Salinas y los “chuchos” hacen oír su voz dentro del perredismo y en las instancias donde, aunque no lo queramos, se decide buena parte del futuro mediato e inmediato de la muy noble y leal Ciudad de los Palacios!


Y por si fuera poco: A pesar de que “la ley las obliga”, las instituciones del Estado nacional no le pagan a la capital del país el impuesto predial, ni contribuciones por consumo de agua, y ni siquiera se le toma en cuenta cuando se hace el reparto de los recursos del erario etiquetados para hacer más llevadera la pobreza de los pobladores más vulnerables. ¡Como si en el Distrito Federal no hubiera pobres!


Aferrándose al DF como a un clavo ardiendo, diario llegan legiones de los más pobres del resto de nuestro suelo patrio, sobre todo del estado de Hidalgo y del estado de México, en busca de empleo o al menos para que el gobierno perredista les proporcione atención médica efectiva y gratuita; algo que es cada vez más inútil demandar en instancias del "seguro popular".


Las cifras respectivas son abundantes y las consignan incluso las fuentes oficiales.


Todos son muy bienvenidos —¡nomás faltaba!— pero nunca está de más que tomen precauciones.



Bella y todo, amistosa inclusive, la megalópolis en ciertas circunstancias y lugares puede resultar peligrosa. Como insinué al principio, hace unos días se produjo la trágica muerte de un muchacho al pasarle el metro por encima, o al aventarlo.


Qué desgracia, fue un accidente. Pero —¡zas!—- de las críticas y las maledicencias no se salvó ni la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), como si la benemérita institución de educación superior fuera responsable de no contar con una eficaz coordinación de comunicación social. Una oficina de prensa que, por ejemplo, hiciera mella en la inmerecida fama de la UACM de ser una "simple olla de grillos y alborotadores creada y cooptada por AMLO" para disponer de ella con “aviesos” fines. Veamos:


Al menos para que la gente se entere de que no eran mentiras propagandísticas sino verdades de a kilo las tremendas cosas que él decía que iban a hacer las hordas priistas una vez que el comprador de la membresía por seis años en Los Pinos tuviera chance de apoltronarse en la silla.


Es como me decía un amigo: Que después de tener a los hijos y de amarlos; de aceptar con profundo dolor que se fueran con su madre al extranjero con el propósito de tratar de preservarlos, decían, de la derelicción, a final de cuentas te mientan la madre.


Ah con el cándido. Pero volvamos al accidente en el metro, al manido dato real o inventado acerca del número de fallecimientos accidentales e intencionados, y a los inquisidores de oficio y oficiosos volcados contra la autoridad local y todo aquello con lo que a su alrededor se topen:


Dado que la extravagancia se exhibe en ambos lados, no falta quien esté exigiendo que a-como-dé-lugar "se prohíba" ¡! —junto con las marchas de protesta y la protesta misma— que la gente escoja al metro del DFiéndete como arena, paisaje o telón de fondo para suicidarse. ¡Como si sólo con ponerlo por escrito —que lo está— fuese suficiente!


Por encima de consideraciones conocidas, yo me pregunto: ¿cuál es la razón o el porqué, en ese trance trágico, para despojar de su quizás último deseo a un hombre o a una mujer qui ont la volonté de suicide? Estaría bien que no se dieran muerte o que fueran mejor a La Marquesa a quitarse la vida, como lo hizo hace años, con un cutter, un funcionario de alto rango de la Federación al que lo había embargado la vergüenza.


Mas yo diría que esos "quince minutos de fama" a los que sabiamente solía hacer alusión Andy Warhol son un derecho natural e inalienable de nuestros kamikazes de andén.
 

domingo, 26 de mayo de 2013

Arnoldo, camarada


 

El joven que quiso ser artista y que lo logró, involucrándose a fondo en las luchas obreras y dedicando su vida al socialismo y la Revolución.


Twitter: @EduardoSuarez_

• «Socialistas palaciegos» les llamaba a unos ex comunistas que habiendo caído para arriba, un día se levantaron de la cama convertidos en personeros del PRI y burócratas de medio pelo al servicio de Carlos Salinas.

Mi cariño para Martha Recasens. Abrazos solidarios para Armando Martínez Verdugo y familia; para Elvira, Juan Luis y Luciano Concheiro; para Pablo Gómez Álvarez, Gerardo de la Torre y Luciano López Zamudio, y uno más para Humberto Musacchio, quien hace años le dedicara a AMV una nota bellísima insertada como prólogo en un libro de mi amigo Eduardo Ibarra. Ese texto de Musacchio no lo he podido encontrar, pero en mi opinión refleja lo que Arnoldo es y ha sido para nuestra generación a partir de que de las manos de éste y del asombro nos internamos en la maravillosa experiencia de la Revolución. Lo hicimos o tratamos de hacerlo desde las posiciones políticas y los principios filosóficos que el querido camarada que se nos adelantó hace dos días siempre supo defender y mantener con una gran dignidad.


Eduardo Suárez

Arnoldo Martínez Verdugo (AMV) falleció la tarde del viernes 24 de mayo en su casa de Tlalpan. Tenía 88 años de edad.

Murió con la convicción de que "en una nueva ofensiva, los pueblos del mundo pondrán fin al periodo de dominación de la propiedad privada", que hoy se presenta como una fatalidad histórica

AMV fue el dirigente histórico y el reformador en jefe del Partido Comunista Mexicano (PCM), al que sobre todo en tiempos harto aciagos se esforzó por mantener independiente respecto del dogmatismo soviético, la influencia del Partido Comunista de la URSS y la injerencia abierta o soterrada de los agentes gubernamentales de México y EU.

Fue, en 1982, candidato presidencial por el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Y más adelante, pieza fundamental para la unificación de las fuerzas progresistas en el comienzo de la transición democrática de este país.

Apenas el pasado 10 de enero, en el transcurso de un homenaje organizado por las autoridades de Tlalpan, Cuauhtémoc Cárdenas consideró, en referencia a Arnoldo Martínez Verdugo, que “su vocación unificadora de los movimientos democráticos, socialistas, de izquierda y progresistas” fue necesaria para acumular fuerzas y transformar el país. Y el antropólogo Roger Bartra —en un texto que envió a la ceremonia y cuya lectura estuvo a cargo de Ilán Semo— deploró la falta de una biografía amplia del homenajeado, cuyo papel democratizador equiparó con el del desaparecido dirigente comunista italiano Enrico Berlinguer.

El investigador criticó que en la historia de la izquierda mexicana AMV sea una figura olvidada por muchos, pese a ser “pieza clave” de la transición a la democracia. Señaló que AMV fue un dirigente comunista que, en contraste con la tradición estalinista, renunció a ser objeto de cualquier índole de “culto a la personalidad”, y que —por el contrario— se escondió detrás de la opacidad de su encargo como secretario general del Parido Comunista.

Ahí en Tlalpan, esto es en la Casa de Cultura de esa delegación, Martínez Verdugo estimó que “nuestro proyecto común tiene que ir más allá de la política”.

Aseguró que sus decisiones tomadas siempre fueron presididas por la convicción, y señaló que en la “búsqueda de un México digno, justo, mejor, debemos confirmar nuestro liderazgo ideológico y promover una profunda, real, transformación de la sociedad”.


VIDA Y MILAGROS

Nacido en Pericos, Sinaloa, localidad enclavada en el municipio de Mocorito, Arnoldo Martínez Verdugo obtuvo su primer trabajo en un pequeño comercio propiedad de un padrino que tuvo, de origen chino. Más adelante, en la ciudad de México, fue contratado como empleado de la empresa papelera “San Rafael”.

Había venido al DF para matricularse como alumno en la Escuela de Pintura y Escultura “La Esmeralda”, donde —en efecto— fue ayudante de Miguel Covarrubias durante la realización de dos pinturas murales en el desaparecido hotel Del Prado.

Del brazo del pintor Chávez Morado, se involucró en luchas por reivindicaciones sociales y se sumergió a conciencia en el estudio del marxismo.

En 1946, al final del sexenio de Manuel Ávila Camacho, ingresó al Partido Comunista Mexicano (PCM).

En 1959, durante la "guerra fría", en el contexto nacional de los movimientos magisterial y ferrocarrilero, los compañeros de Martínez Verdugo lo eligieron miembro del secretariado del partido. En 1963, al final del gobierno de Adolfo López Mateos, fue nombrado primer secretario de su Comité Central, y luego secretario general del PCM, cargo en el que fue reelecto hasta 1981.

Fue en ese lapso cuando el líder izquierdista encabezó el proceso de transformación que desembocó en la fusión del PCM con el Partido Socialista Revolucionario, el Movimiento de Acción Política, el Movimiento de Acción y Unidad Socialista, el Partido del Pueblo Mexicano y el Movimiento de Acción Popular.

Dicho proceso dio origen al Partido Socialista Unificado de México (PSUM), del que AMV sería candidato presidencial en 1982.
En ese año recorrió toda la República a borde del autobús insignia del partido, El Machete, nombre del legendario periódico del Partido Comunista Mexicano en la segunda, tercera y cuarta décadas del siglo pasado.

Al invadir el Pacto de Varsovia a Checoslovaquia (1968) para dar fin a la "Primavera de Praga", Arnoldo Martínez Verdugo y sus camaradas de partido protestaron con énfasis. Su ardua crítica erigió al PCM, junto con el Partido Comunista de la República Dominicana, en las únicas dos organizaciones políticas de ese signo ideológico que en América Latina se opusieron a la intervención de tropas extranjeras en la mencionada república del centro de Europa.

En 1978, en medio de polémicas de izquierda, Arnoldo Martínez Verdugo fue sin duda una de las figuras destacadas en las negociaciones con Jesús Reyes Heroles (secretario de Gobernación en el gobierno de José López Portillo) para la primera reforma electoral. En 1979, el PCM se alió con el Partido del Pueblo Mexicano, el Partido Socialista Revolucionario y el Movimiento de Acción y Unidad Socialista para formar la Coalición de Izquierda, con la cual participó en las elecciones por primera vez, aunque con “registro condicionado” a un buen resultado en los comicios.

Y lo lograron. La Coalición de Izquierda obtuvo 705 mil votos, lo que le permitió obtener 18 diputaciones federales. AMV fue elegido coordinador parlamentario de la correspondiente fracción en el Congreso.

El primero de julio de 1985 los medios dieron la noticia de que “cinco hombres armados secuestraron a Arnoldo Martínez Verdugo, candidato a diputado federal por el PSUM”. El Partido de los Pobres, entidad a la que dijeron pertenecer sus captores, reclamaba a manera de rescate una cantidad millonaria que, según se dijo, el PP había confiado al partido de Arnoldo en calidad de resguardo.

Ese dinero no era sino el pago recibido por el propio PP una década antes, a cambio de dejar en libertad a Rubén Figueroa Figueroa, capturado cuando era el candidato del PRI a gobernador de Guerrero.

Años después, el Partido Mexicano Socialista (sucesor del PSUM, que a su vez devino del PCM) nominó a Heberto Castillo Martínez como candidato a la Presidencia. Sin embargo, cuando faltaban unas cuantas semanas para la elección, la dirigencia y las bases del PMS decidieron que Heberto declinara y que el partido apoyara al candidato del Frente Democrático Nacional (FDN), Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

La presencia de Arnoldo Martínez Verdugo en esa etapa crucial fue determinante, y en lo que el escritor Carlos Fuentes describió como “choque de locomotoras”, el hijo del Presidente Cárdenas compitió contra el abanderado del PRI, el tecnócrata neoliberal Carlos Salinas de Gortari.

Tras el fraude (elecciones 6 de julio de 1988), del FDN y de la alianza entre el PMS y el grupo de ex priistas encabezados por CCS (la Corriente Democrática) iba a emerger el actual PRD o Partido de la Revolución Democrática, al que el líder histórico de los comunistas mexicanos también perteneció.

Como legislador, Arnoldo Martínez Verdugo hizo públicas y defendió sus apreciaciones personales y los posicionamientos de la por entonces llamada bancada del FDN (más adelante, PRD).

En marzo de 1996, por ejemplo, en medio de un fuerte debate propuso que la Cámara de Diputados se pronunciara contra la desnacionalización de la industria petroquímica y que fuese designada una comisión de legisladores que estudiaran la viabilidad de “otras salidas”. Los propósitos de su iniciativa se resumen en la conservación, la modernización y el desarrollo de esa industria nacional sin que para ello se tuviera que depositarla en las manos de los inversionistas de otros países.

En 2003, en el contexto del gobierno de Fox y durante un homenaje que le tributaron el Gobierno del Distrito Federal y la fracción perredista de la Asamblea Legislativa del DF, Martínez Verdugo advirtió que “el retroceso” en México está imbricado en los intentos de un régimen que representa “el interés del capital trasnacional de cara a la privatización de la industria eléctrica”.

Criticó al Ejecutivo federal por satisfacer sus requerimientos de recursos “a costa de seguir fortaleciendo a la banca”, y advirtió que una reforma fiscal enderezada en esa dirección afectará a la mayoría de los mexicanos y, entre otros resultados, provocará la desaparición de instituciones que han sido unas grandes impulsoras de la cultura. (Con información de México: La Jornada, sábado 25 de mayo de 2013, p. 2.)

| Arnoldo Martínez Verdugo fue el último líder del Partido Comunista Mexicano. Nació en la localidad de Pericos, municipio de Mocorito, Sinaloa, en 1925, y falleció a los 88 años de edad, el viernes 24 de mayo de 2013, en la capital de México.

• Gracias, Adolfo Llubere, por la siguiente nota http://www.redpolitica.mx/nacion/arnoldo-martinez-verdugo-el-comunista-que-libro-la-carcel-en-el-68 compartida:

EL UNIVERSAL | Discreto hasta el final, como aquél día del 68 en que la Policía allana las instalaciones del PCM y con brutalidad se llevan presos a los dirigentes, menos a él, un joven modesto, tranquilo.

—¿Usted quién es? —preguntó el policía.

—Yo soy el secretario general... —contestó Arnoldo Martínez Verdugo.

—¡Pínches gatos! ¡A la chingada! *

( * ) La verdad es que esa escapada no aconteció en 1968. Fue años antes, por ahí de 1966 o incluso antes, bajo el clima de la “guerra fría” y en vísperas de la visita de un personaje relevante del gobierno de EU a México.

Y tampoco se salvó exclusivamente Arnoldo sino varios de los dirigentes del PC.

AMV declaró ser “primer secretario”, no “el secretario general”, como asienta la nota periodística, y uno de los agentes policiales que había mandado Uruchurtu les replicó algo así como “¿Lo ven, pendejos? Sus jefes se fueron y los dejaron. ¿Se dan cuenta, secretaritos de mierda? ¡A la chingada, gatos, pélense o los refundo!”

| eS

jueves, 29 de noviembre de 2012

JULIO SCHERER GARCÍA

Loas y maledicencias alrededor de un gran periodista mexicano

(DE WIKIPEDIA Y OTRAS FUENTES CONSULTADAS)

Twitter: EduardoSuarez_  

Julio Scherer García
Wikipedia, la enciclopedia libre

Julio Scherer García, (México, D. F., México; n. 7 de abril de 1926). Es un periodista y escritor mexicano, fue director del periódico Excélsior y del semanario Proceso. Actualmente es presidente del Consejo de Administración de CISA, una sociedad anónima.


Índice
1 Carrera
2 Premios y distinciones
3 Publicaciones
4 Referencias


Carrera
No obstante que se matriculó como alumno en la Facultad de Derecho de la UNAM, luego prefirió hacer un cambio y estudió filosofía en la misma universidad. Julio Scherer no terminaría ninguna de estas licenciaturas porque ingresó de forma rápida a Excélsior, y el trabajo en el diario mencionado, además de gustarle más, consumió su tiempo.


Tras varios años de ser reportero fue designado por la cooperativa como director general de Excélsior en 1968. Desde ahí desarrolló una línea crítica, propia del ejercicio cabal del periodismo, hacia los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y de Luis Echeverría Álvarez, línea que molestaría a las autoridades del régimen instituido pero que consolidaba a la cooperativa Excélsior como una fuerte y poderosa empresa editora.


En julio de 1976 Luis Echeverría lograría la realización de una asamblea en la cual se designaría al frente del diario al periodista de origen español Regino Díaz Redondo, quien ocupó dicho cargo 24 años.


Antes de consumarse el cambio, Scherer junto con colaboradores suyos (entre ellos Miguel Ángel Granados Chapa y Francisco Ortiz Pinchetti) abandonaron Excélsior. En realidad, Echeverría -o mejor dicho, sus agentes dentro de la cooperativa citada- utilizó como excusa la ocupación, por parte de un grupo de ejidatarios, de terrenos propiedad del periódico. De la crisis subsecuente se derivó el cambio de director y de línea editorial, a partir de entonces mucho más comprensiva con la administración de Luis Echeverría.


Meses después, en noviembre de 1976, fundaría con sus antiguos colaboradores de Excélsior, la revista Proceso, que saldría a la venta la primera semana de noviembre a pesar de diversas dificultades que se les presentaron, las cuales están narradas en un libro de Vicente Leñero llamado Los periodistas. Scherer dirigiría la revista hasta 1996, veinte años en los que mantuvo una línea crítica con el gobierno federal y sus diferentes encargados. La revista Proceso logró consolidarse como un semanario político importante de México, siempre con una línea crítica hacia el gobierno en los más de treinta años que ha sido publicada, lo cual, desde el enfoque de algunos que -al parecer- desconocen la misión de los periodistas, le resta credibilidad al semanario, pues "no está de acuerdo con nada".


Después de dejar la dirección de Proceso, en 1996, Scherer continuaría con la Presidencia del Consejo de Administración de CISA Comunicación e Información, S. A. de C. V., empresa que edita el semanario, cargo que hasta la fecha conserva.


Premios y distinciones
Ganó el Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI en la modalidad Homenaje, como reconocimiento a su trayectoria periodística, asimismo ganó el Premio Nacional de Periodismo de México de 1998.[1]


Publicaciones
A lo largo de su carrera, Scherer ha escrito diversos libros, todos ellos acerca de sus experiencias periodísticas, con buenos resultados de venta.


Siqueiros: La piel y la entraña.
Los presidentes (1986) editado por Grijalbo.
Salinas y su imperio, editado por Océano.
Cárceles.
Parte de guerra, coautor con Carlos Monsiváis.
Estos años (1995), editado por Oceano.
La pareja (2005), editado por Plaza & Janés.
La terca memoria (2007), editado por Grijalbo.
El poder: historias de familia (1990), editado por Grijalbo.
El indio que mató al padre Pro.
La reina del Pacífico (2008).
Allende en llamas (2008).
Secuestrados (2009).
Historias de muerte y corrupción (2011).
Calderón de cuerpo entero (2012).


Referencias
1.↑ Consejo Ciudadano del Premio Nacional de Periodismo, A. C. «Historia del “Premio Nacional de Periodismo e Información" 1975-2001». Consultado el 5 de marzo de 2010.



INDICADOR POLÍTICO
Columna de Carlos Ramírez H.
Una historia de Julio Scherer; el lado oscuro del periodismo


El periodismo también tiene su lado oscuro, como la luna. El columnista poblano Mario Alberto Mejía rescató una historia de Julio Scherer García, director de Proceso, publicada en un libro que pronto tendrá una nueva edición. La historia dibuja a personajes de carne y hueso. Por su interés, publicamos el texto completo de Mejía:


Hace algunos años, el periodista Emilio Trinidad Zaldívar, hoy convertido en el director de Comunicación Social del Ayuntamiento de Puebla, publicó junto con Arturo Ríos Ruiz, otro profesional de la escritura, un libro polémico: La década más larga. El libro fue publicado por la editorial Tamara, de Elda Peralta, quien fue esposa del escritor Luis Spota.


He aquí un fragmento revelador sobre Julio Scherer García, el santón del periodismo mexicano.



La "ingratitud" de Julio Scherer

Julio Scherer, el periodista indomable, reconocido por muchos, admirado y odiado por otros, un hombre polémico, irrespetuoso que se maneja como dueño absoluto de la verdad, también ha afrontado problemas serios y ha necesitado de los hombres. Por consiguiente, ha tenido necesidad de solicitar favores.


Julio Scherer García estaba sumamente preocupado por su hijo Julio de apenas 17 años, el joven estaba perdidamente enamorado de una jovencita dos años mayor que él, guapísima, toda una beldad.


El periodista sabía que Miguel Lerma Candelaria le consiguió trabajo a su hijo y a la novia en el Banco Nacional de Crédito Rural. Así que telefónicamente le pidió al funcionario se vieran en un café del hotel Presidente Chapultepec.


Se encontraron en una tarde tranquila, como a veces suele haber en esta gran ciudad, que presa del incontenible crecimiento, por lo general es caótica y terrible.


El periodista estaba muy serio, no podía esconder en su rostro un gran dilema que lo aquejaba por más que abordara temas referentes a la política nacional, como la actuación del licenciado José López Portillo en la Presidencia y las posibilidades que tenía Miguel de la Madrid Hurtado para sucederlo. Sin embargo lo traicionaba el trastorno mental que lo aquejaba.


Por fin se decidió:


- “Don Miguel, ¿es usted mi amigo?”


- “Sí señor, soy su amigo”.


- “¿Conoce a fulanita de tal?”


- “No, señor”.


- “No se haga pendejo, don Miguel, usted le consiguió trabajo en el banco”.


- “Perdóneme don Julio, pero le he conseguido trabajo a centenas de personas en la institución, además cuenta con una plantilla de más de 30 mil empleados, no puedo conocerlos a todos”.


- “Le repito, no se haga pendejo, usted va a ser testigo de la boda de esa mujer con mi hijo...”


- “¡A caray!, le doy mi palabra que no sé nada”.


- “Mire, don Miguel, se van a casar dentro de un mes y medio. Ella es una diabla, drogadicta, pero además se mete con cualquiera y va a destrozar a vida de mi hijo. Y antes que yo permita eso, personalmente la mato. ¡Ayúdeme!”


Lerma Candelaria guardó silencio. Sólo veía a don Julio Scherer, el temido director de la revista Proceso, cuyo semblante era el de la derrota pura, contrastaba con la imagen recia y demoledora que refleja en las páginas del medio informativo que manejaba con su característico profesionalismo.


Era el hombre que revelaba su debilidad, su congoja ante el terrible problema que le representaba la posibilidad de una boda no deseada, con fundamentos por la inmadurez del muchacho y la sobrada experiencia de la candidata.


Asomaba un rasgo de profunda debilidad en Julio Scherer, el que siempre se mostraba altivo ante los poderosos del sistema, sólo él los humillaba y se daba el lujo de escoger con quién entrevistarse.


Esta vez pedía auxilio, un favor que su inmenso poder periodístico no le podía solucionar, además, le tenía confianza a Miguel Lerma Candelaria, no se olvidaba que cuando inició su publicación (Proceso), luego de su forzosa retirada de Excélsior, el funcionario le compraba 250 ejemplares semanales, mismos que distribuía entre sus amigos.


Pero en este momento, Proceso ya era el medio obligado de cada semana, sus quemantes artículos siempre disidentes, críticos y demoledores, llenaban el desahogo de la población y cumplía bien su misión de “válvula de escape” en beneficio del propio sistema político nacional.


Pero también su indescifrable director estaba derrotado, podría decirse que hasta desquiciado, tanto que en su mente ya bullía la intención de asesinar, acabaría con su tesoro celosamente guardado por toda su vida, que es el de reafirmar en cada oportunidad que es el mejor periodista de México y eso lo ha mantenido en medio de opiniones encontradas.


Lerma Candelaria le dijo:


- “Mire don Julio, déjeme ver qué se puede hacer...”


- Pero la boda es dentro de mes y medio...


- “Por favor, espéreme”.


Se despidieron como los buenos amigos que eran, no sin antes insistir el periodista en su petición y reiterarle su congoja por el posible desenlace entre su hijo y la muchacha descarriada, que por lo general en las familias es motivo de jolgorio.


Al llegar a su oficina, Lerma Candelaria pidió a la oficina de personal el expediente de la damita y una vez con el documento llamó a su viejo amigo el capitán Chávez, quien tenía fama de ser un excelente sabueso, profesional y discreto.


Le pidió investigar a la jovencita, de dónde era, dónde había estudiado, qué clase de vida llevaba, sobre su familia y cuál era su situación emocional, no sin antes recordarle la importancia que tenía la discreción en la indagación y sobre todo, la confidencialidad.


Ocho días después el detective tenía el informe, le entregó al funcionario un sobre cerrado con videos, fotografías y grabaciones telefónicas.


El espectáculo fue impresionante, se confirmaba la opinión que de ella tenía Julio Scherer, las escenas mostradas eran terribles, competían con las cintas danesas y además, se confirmaba la adicción de la damita a los estupefacientes.


El funcionario le dio instrucciones al detective que le hiciera llegar la información al hijo del afamado periodista, que indagara su dirección y que de parte de nadie entregara el sobre cerrado y dirigido al muchacho.


Dos días después se presentó, ante Lerma Candelaria, Julio Scherer hijo. Le dio las gracias por todas las atenciones recibidas, por todo su apoyo en todos los favores que le había pedido y le solicitó uno más, el que despidiera a la muchacha.


- “Yo te pedí que la ayudaras, ahora te suplico que la corras”.


Tres días después, Julio Scherer padre se comunicó vía telefónica con Miguel Lerma Candelaria. Estaba eufórico, lo invitó al mismo lugar del hotel Presidente Chapultepec, deseaba tomar un café con él pues quería compartir su alegría sobre el final del romance frustrado.


Al presentarse el funcionario al lugar de la cita, ya estaba Julio Scherer en la mesa de costumbre, se paró contento, extendía la mano y lo abrazaba, esa vez era el altivo, el dominador y su semblante irradiaba gran satisfacción.


Era otro, sin el semblante del fracaso, del dolor y del desplome. Ahora el triunfo estaba indudablemente de su lado.


- “Don Miguel, ¿cómo le hizo? Mi hijo ya nos comunicó a la familia que no se casará”.


- “Yo no hice nada, don Julio...”


- “¡Claro que sí lo hizo, dígamelo!”


El funcionario insistía en no saber nada de lo que a aquél le interesaba, y así transcurrió parte de la tarde. Scherer ya había recobrado su carácter dominante, expresaba opiniones tronantes contra tal o cual funcionario, le anunciaba lo que publicaría en la semana siguiente en su poderosa revista y nuevamente era dominador e imperativo. No perdía oportunidad, en cada ocasión arremetía.


- “Bien, don Miguel, ¿entonces no va a decirme qué hizo?”


- “¿Por qué no lo olvida don Julio? Lo importante es que ya no habrá boda y eso es lo que a usted más le interesa ¿no?”


- “Pero quiero saber don Miguel...”


- “Está bien, don Julio. Un detective se encargó de todo, yo sólo le indiqué que el resultado se lo entregara a su hijo de parte de nadie y le aseguro que ignoro cuál fue la respuesta, pero me imagino que nada saludable para la muchacha”.


- “Eso debió ser”.


- “Bueno, don Miguel, quiero que sepa que desde este momento usted es mi amigo...”


- “¡Ah, caray! Entonces le voy a tener más miedo”.


- “¿Por qué?”


- “Porque dicen que usted prefiere perder un amigo antes que una portada...”


- “No se crea, también se ser hombre. Es más: además de mi amigo, usted es de la familia a partir de este momento. Le doy mi palabra.”


- “Lo que ha hecho usted, continuaba el periodista, es salvar a mi familia, le juro que estaba decidido a matar a esa muchacha. Ya no me importaba mi carrera ni nada, esa boda de todos modos no se iba a celebrar y gracias a usted no me convertí en un asesino. Don Miguel, yo ya había investigado por mi cuenta a esa mujer. Pero si le hubiera dicho a mi hijo qué clase de persona es, no me hubiera creído. Pensaría que era invento mío. Ahora él se convenció y eso se lo debo a usted para toda la vida.”


El tiempo siguió su desliz interminable, la situación para Lerma Candelaria cambió terriblemente y sobrevino su desgracia. Óscar Flores Sánchez, procurador general de la República, ya había urdido bien su plan desde seis meses antes que José López Portillo entregara el poder a Miguel de la Madrid.


El abogado de la nación calculó muy bien sus pasos y preparó las causales para el entonces diputado Lerma Candelaria, para el sexenio de Miguel De la Madrid, como si hubiera acuerdo, pues todos sabían perfectamente que el joven legislador gozaba de la simpatía de don José López Portillo y durante su administración de nada podrían acusarlo.


Vino el escándalo, agentes judiciales allanaron la sede de la Cámara de Diputados, buscaban a Lerma Candelaria para detenerlo, se metieron a sus oficinas y hubo maltratos a sus empleados, abrieron escritorios y se llevaron documentación y entonces sobrevino el reclamo de Luis M. Farías, entonces líder de los legisladores del país.


Hizo notar la grave falta cometida por la PGR, los diputados ocuparon la tribuna e hicieron pública su querella, pues se trataba de un choque de poderes y los ofendidos eran los representantes populares.


Luis M. Farías, en calidad de líder de la Cámara de Diputados, lanzó su queja a la opinión pública y el procurador general de la República ofrecía satisfacciones con disculpas a los legisladores y afirmaba que se trataba de una falta involuntaria de los agentes judiciales federales que habían sido enviados para aprehender a Lerma Candelaria.


Explicaba el funcionario que el parte rendido indicaba que el ayudante del diputado Lerma Candelaria entregó los documentos requeridos y que se había ofrecido a declarar en cuánto fuera llamado, y con ello se limaban las asperezas por la actuación del Poder Judicial.


Miguel Lerma Candelaria ya era un fugitivo desde ese momento, para las autoridades. La prensa nacional estaba volcada en su contra, salvo honrosas excepciones, casi nadie lo desagraviaba.


El aún diputado se encontraba en Estados Unidos cuando se enteró que Proceso publicó en la portada su fotografía y un título terrible que lo culpaba de lo que se le acusaba.


Indignado, tomó el teléfono y le marcó a Julio Scherer.


Él contestó:


- “Don Julio, habla Miguel Lerma”.


- “¿Qué pasó, don Miguel? ¿Habla para reclamarme la noticia de Proceso?”


- “No, de ninguna manera, sólo para comentarle que tenían razón: se ensaña con los amigos. Y eso que le nació incluirme entre los miembros de su familia...”


- “Es verdad, pero nunca le dije que yo sería su tapadera”.


- “No señor, jamás le pediría eso, sólo me interesa aclararle que lo único certero que dice la nota de su revista es mi currículo. Lo demás es lo que le dictó Óscar Flores Sánchez, porque ese cabrón no ha hecho otra cosa que difamarme. Y para acabar esta conversación, quiero decirle que es usted un hijo de puta. ¡Chingue a su madre!”


Y colgó la bocina.


Diez años después, de regreso a México, uno de los reporteros de la revista Proceso fue a ver a Miguel Lerma Candelaria, de parte de Julio Scherer, que le pedía una entrevista. Miguel se puso serio y le contestó:


- “¿Qué, acaso Julio Scherer no tiene huevos? Dígale que me la pida él.”


- “Perdóneme, pero yo no soy su mandadero”, contestó el reportero.


- “Pero de él sí. Dígale que quiero que me llame, no para darle la entrevista sino para mandarlo a chingar a su madre, y además recordarle lo del café en el hotel Presidente Chapultepec.”


En efecto, Julio Scherer confirmó que prefería perder un amigo que una portada. Quedaba clara su condición de periodista sin par, que tenía un lugar bien ganada en el ambiente informativo de la nación.

http://www.indicadorpolitico.com.mx




JUAN VILLORO
Leyenda y verdad. Julio Scherer

http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/4607/villoro/46villoro.html


JULIO SCHERER GARCÍA ES UNA DE LAS PRESENCIAS FUNDAMENTALES PARA EL periodismo y la libertad de expresión en nuestro país. En este texto —leído el 4 de noviembre de 2007 en el Teatro “Macedonio Alcalá”, durante el homenaje que la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, el pintor Francisco Toledo y la editorial Almadía rindieron a Julio Scherer—, Juan Villoro, autor de Albercas, El disparo de Argón y El testigo, entre otros, nos ofrece un esbozo del gran periodista mexicano.
En el año canónico de 1968, cuando Julio Scherer García asumió la dirección de Excélsior, yo tenía doce años. Mi primera relación con el periodismo consistió en visitar la casa que rifaba “El Periódico de la Vida Nacional”. A la distancia, me parece extraño que no tuviéramos otra diversión que ir a una casa que sólo por azar podía ser nuestra.


Revisábamos las recámaras, los pisos relucientes, los grandes ventanales y el jardín como si aquel recinto entrañara una moral. En caso de que la suerte nos premiara, no sólo seríamos los felices propietarios de ese inmueble, sino que nos comportaríamos de otro modo. No me costó trabajo encontrar una habitación en la que me imaginé como el alumno modelo que nunca había sido, rodeado de amigos que al fin dejarían de ser imaginarios.

 
No ganamos la casa de Excélsior. Nuestra insistente participación en las rifas sólo nos dio un módico asador de carnes, con una parrilla cuadriculada, como la que se hizo cargo del mártir san Lorenzo.


En los siguientes ocho años, de 1968 a 1976, el Excélsior de Julio Scherer se convirtió en uno de los principales diez periódicos del mundo. Crecí leyendo los artículos de Daniel Cosío Villegas, Miguel Ángel Granados Chapa, Heberto Castillo, Enrique Maza y Carlos Monsiváis, las caricaturas narrativas de Abel Quezada, las crónicas deportivas de Manuel Seyde y Ramón Márquez, los reportajes de José Reveles y Ricardo Garibay, los comentarios sobre cultura de José Emilio Pacheco y José de la Colina, los cables internacionales que resumían el mundo en un minuto. Además, el periódico ofrecía publicaciones adicionales de alta temperatura intelectual: Vicente Leñero se hacía cargo de Revista de Revistas, Octavio Paz de Plural e Ignacio Solares de Diorama de la Cultura.


No pensé que este periodismo era un milagro, pues carecía de antecedentes y puntos de comparación. Durante ocho años una obra maestra llegaba a la casa con el sencillo aspecto de un periódico. Mi padre colaboró durante algunos años en las páginas editoriales, sin reponerse del asombro de que Julio Scherer solicitara la opinión de un filósofo, pero tal vez recordando que Hegel, gran devorador de noticias y transitorio director de un diario, había dicho: “La lectura matutina del periódico es una suerte de plegaria realista”.


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Para mi generación, el Excélsior de Julio Scherer fue la universidad abierta en la que ni siquiera supimos que estábamos inscritos. Sólo en 1976, con el golpe orquestado por el presidente Luis Echeverría, entendimos que la destreza informativa, en apariencia tan natural como la rifa de una casa, había sido un excepcional acto de valentía y desacato al poder autoritario.


De acuerdo con Manuel Vázquez Montalbán, hay dos tipos de periodistas: los que trepan en un helicóptero, descienden en paracaídas a una selva, arriesgan la vida en la línea de fuego y regresan para ganar el premio Pulitzer, y los que escriben o corrigen artículos desde una sombría oficina saturada de humos y sospechas de mala muerte. Ambos son imprescindibles.

Pero hay un tercer tipo de periodista, que acaso sólo encarna Julio Scherer, el que asume su vida como una misión gregaria donde cada máquina de escribir depende de otra y transforma su carisma en recurso informativo. Alguien, en algún momento, debe ordenar que se detenga la rotativa y el periódico pierda millones de pesos a cambio de mejorar la primera plana, pero sobre todo, alguien debe descubrir el talento de los otros, olfatear las virtudes que el colega no ha advertido en sí mismo, revelarle que su oficio es una misión con una moral inquebrantable. Sí, alguien tiene que encabezar la cruzada o, si se quiere ser menos épico, asumir la dirección de la obra.


Aunque en una época ya inverosímil pasó por años formativos, a Julio Scherer ya sólo podemos verlo al frente del pelotón. Incluso en su momento de mayor desgracia, cuando tuvo que abandonar el edificio de Excélsior:

Las fotografías lo registran caminando con enjundia por Paseo de la Reforma. Su perfil de senador romano, ideal para adornar una moneda, sus pasos decididos, sus gestos todos pertenecen a alguien que ya conoce las noticias del futuro y sabe que son otros los que se fueron al carajo.


Las indicaciones de Scherer para entrar y salir de escena han alterado numerosas biografías. A Jorge Ibargüengoitia le habló para decirle: “Quiero que escriba de lo que le dé la gana”. A continuación, el novelista renovó la crónica con estampas sobre sus tías de Guanajuato, el tamaño de las banquetas de Coyoacán y las vacaciones de su sirvienta Eudoxia. La presencia de Ibargüengoitia en la página 7, dos días a la semana, se convirtió en paradigma literario y permitió que más tarde numerosos escritores entráramos al periodismo a desentrañar enigmas de lo cotidiano.

 
La entereza de Scherer se comprueba no sólo en su resistencia ante las presiones de los poderosos, sino en el respeto con que ha favorecido a sus subordinados. Como director, prefirió las voces de los otros y les buscó el espacio donde se expresaban mejor. El periodista de hierro entiende la razón como algo que está fuera de él y debe constatar. Por eso no le gusta que le hagan entrevistas: es él quien las hace. Tampoco busca ni suele aceptar homenajes, y educadamente resiste ahora estos elogios que en el fondo lo incomodan.


No pensé que este periodismo era un milagro, pues carecía de antecedentes y puntos de comparación. Durante ocho años una obra maestra llegaba a la casa con el sencillo aspecto de un periódico.




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La valentía no lo ha abandonado al enfrentar las amenazas y la adversidad sutil de las adulaciones.


Su mejor testigo, Vicente Leñero, ha dicho de él: No es profeta, ni visionario, ni orientador. Es testigo, sin partido político que lo ampare, sin compromiso que lo ate, sin futuro que lo consagre. El reportero es un hombre conjugado en el presente cuya misión es lanzar preguntas, no dictar respuestas. Pocos reporteros son, en México, tan reporteros como este Julio Scherer de corazón abierto a la curiosidad.


En uno de los muchos diálogos que han sostenido, el periodista por antonomasia le dijo a Leñero: “¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? Que si visitáramos a Picasso, tú te pondrías a ver los cuadros y yo le haría una entrevista”.


La única noticia falsa que ha dado Scherer es la de su retiro como guía de esfuerzos ajenos cuando dejó la conducción de la revista Proceso, que hoy dirige con acierto Rafael Rodríguez Castañeda. No hay forma de que deponga su gusto por sugerirle temas a los colegas o de que se abstenga de interrogar la realidad. Su entrega al periodismo es adictiva.


Leñero ha dejado constancia de la noche en que una fotografía de Raúl Salinas de Gortari iba a ocupar la portada de Proceso y no encontraban una frase para respaldarla. Cuando las ideas parecían agotadas, Scherer dio con una que ha transformado el habla popular de México: “El hermano incómodo”. Lo mejor de la anécdota es que la puntería del director reveló, una vez más, su entusiasmo por el oficio. Los ojos le brillaban cuando le comunicó el titular a Leñero: “Dime que te gusta, dime que te fascina, dime que te enloquece”. Scherer es injubilable porque el periodismo no representa para él un trabajo sino un acto de pasión.


Aun en la calma, sus llamadas telefónicas tienen la crispada energía de quien asigna tareas. Para un periodista contemporáneo, oír esa voz es lo más cerca que puede estar de hablar con Zeus. Al recibir una llamada de Scherer, el admirado interlocutor piensa con una mezcla de temor y vanidad: “Si me pide que cubra la guerra de Troya, no me voy a poder negar”.


Pero la curiosidad también lleva a Scherer a hacer llamadas a propósito de temas que no serán noticia. En una ocasión me pidió que habláramos del Quijote. El autor de Vivir matando jamás actúa por pose. Me dijo con absoluta franqueza que el personaje más célebre de la literatura lo tenía sin cuidado; que, sin embargo, gente que lo conocía muy bien insistía en compararlo con ese dichoso engendro. Me pidió que discutiéramos el tema sin que él tuviera que someterse a leer los desvaríos de un enfermo de literatura.


El recelo de Scherer no podía ser más comprensible: el Caballero de la Triste Figura vive inmerso en la mentira y él, reportero de raza, persigue la verdad. Al mismo tiempo, no hay personaje que se le parezca más en el combate contra las desmesuras del poder. Y no sólo eso, en su discurso sobre las armas y las letras, el Quijote contrapone al hombre de acción con el poeta y toma partido por el soldado, el “mílite guerrero”, que se juega el cráneo en cada lance.

Para Cervantes, la ética no es nada sin la valentía. Egresado de Lepanto, busca una síntesis entre el intelecto y la acción. Su protagonista malinterpreta el mensaje y pone la espada al servicio de su delirio. Nada puede ofender más a Julio Scherer, que pone la palabra al servicio del combate y asume el riesgo superior de no confundir a los molinos de viento con gigantes y enfrentar al huésped que no paga alquiler en Los Pinos.

 

De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, México es actualmente el segundo país más peligroso para ejercer el periodismo, sólo superado en riesgos por Irak. En este entorno, Scherer prolonga una saga de caballería; si critica al Quijote es porque no le gusta que un colega se extravíe en la magia de las palabras en vez de vigilar los hechos.

“El periodismo es rudo por naturaleza”, ha dicho Scherer. Al modo de los grandes del box, está más orgulloso de sus heridas que de sus trofeos. La valentía no lo ha abandonado al enfrentar las amenazas y la adversidad sutil de las adulaciones. Hay periodistas que deben moderar el tono de sus artículos porque esa mañana el director de su periódico desayunó con el político que ellos pretendían criticar. La conciencia de Scherer no depende de su estómago. No hay oferta o halago que altere su tono. Basta ver la forma en que conversa, incluso con la gente que no le simpatiza. Su mano toma con firmeza el antebrazo del interlocutor, le golpea la rodilla, lo ve a los ojos con mirada hipercuriosa, el pelo agitado en tirabuzones, como un director de orquesta en un fortissimo. Scherer atenaza, atrapa en la conversación. No hay modo de distraerlo para que acepte un terrenito o un golpe para volver a Excélsior.



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Y cuando no tiene a quien entrevistar, se entrevista a sí mismo. Su libro más reciente, La terca memoria, recorre pasajes de los que ha sido testigo. Desde el presente, Scherer cuestiona al Julio que estuvo ahí; pone en tela de juicio al que vio aquello, le exige razones y respuestas.


Hace unos días, el fulminante caricaturista Gonzalo Rocha me señaló la importancia que la cárcel ha tenido como espacio periodístico y metáfora del oficio en la obra de Julio Scherer. En efecto, el reportero que anhela la libertad se ha ocupado de la mente cautiva (Siqueiros en Lecumberri), los reclusorios mexicanos y ciertos personajes impunes cuya única condena es la celda provisional que el cronista les otorga.


En 2001, Scherer entrevistó al subcomandante Marcos para Proceso y Televisa. El diálogo no podía ser fácil: enfrentaba a dos talentos de la retórica y a dos líderes naturales, acostumbrados a llevar la voz cantante. El resultado fue una pieza histórica, en la que ambos se esforzaron por entenderse y destacar ante los oídos del otro. Como en una partida de ajedrez, al final de la conversación, el periodista pidió al guerrillero que resumiera en un cuento su marcha a la capital. Marcos improvisó una fábula. Luego preguntó con el obligado candor que alguien de mi generación muestra ante Julio Scherer: “¿Pasé el examen?”


Scherer es el maestro. Por eso me desconcertó tanto que asistiera a un seminario que un grupo de colegas impartíamos en la revista Proceso. “Vengo a aprender”, dijo en forma desarmante. Después de las exposiciones, fue un alivio que nos corrigiera desde su silla de falso alumno. La vida había vuelto a la normalidad.


Cuando yo tenía doce años pensaba que el periodismo servía para ganar una casa. Hoy pienso lo mismo, pero por otras razones. En Excélsior y en Proceso, Julio Scherer construyó un espacio para la verdad, ruidoso y a veces exagerado, pero de puertas abiertas, hospitalario. Numerosas presiones lo asediaron y es un privilegio poder decir esta tarde en Oaxaca que le hicieron lo que el viento a Juárez.


“La mayoría de las vidas humanas son simples conjeturas”, escribió Julio Ramón Ribeyro. “Son muy pocos los que logran llevarlas a la demostración”. No es casual que la Fundación de Nuevo Periodismo, creada por Gabriel García Márquez, decidiera que su primer premio a una trayectoria ganada desde el periodismo fuera para Julio Scherer, que ha llevado su vida a la demostración.


Concluyo con una fábula sobre el inconforme ante el poder. En su biografía de Montesinos, el cronista peruano Luis Jochamovitz narra toda clase de descalabros morales y abusos políticos, pero desemboca en una nota esperanzadora. Durante años, Montesinos, hombre fuerte de Fujimori, corrompió en la sombra a infinidad de gente. Sin embargo, una tarde se enfrentó con alguien que tranquilamente le dijo que no y salió por la puerta como si su vida no estuviera en peligro. Que uno solo se negara a doblegarse, indicaba que no todo estaba perdido.


Demasiadas veces, los periodistas se han visto forzados a desviar la vista. Entre nosotros ha habido al menos uno que no ha cerrado los ojos. Como el rebelde de la fábula, él nos justifica a todos. Pronuncio el nombre de quien ha vivido para la verdad pero, muy a su pesar, ya se inscribe en la leyenda: Julio Scherer García.