(DE WIKIPEDIA Y OTRAS FUENTES CONSULTADAS)
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Julio Scherer García
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Julio Scherer García, (México, D. F., México; n. 7 de abril de 1926). Es un periodista y escritor mexicano, fue director del periódico Excélsior y del semanario Proceso. Actualmente es presidente del Consejo de Administración de CISA, una sociedad anónima.
1 Carrera
2 Premios y distinciones
3 Publicaciones
4 Referencias
Carrera
No obstante que se matriculó como alumno en la Facultad de Derecho de la UNAM, luego prefirió hacer un cambio y estudió filosofía en la misma universidad. Julio Scherer no terminaría ninguna de estas licenciaturas porque ingresó de forma rápida a Excélsior, y el trabajo en el diario mencionado, además de gustarle más, consumió su tiempo.
Tras varios años de ser reportero fue designado por la cooperativa como director general de Excélsior en 1968. Desde ahí desarrolló una línea crítica, propia del ejercicio cabal del periodismo, hacia los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y de Luis Echeverría Álvarez, línea que molestaría a las autoridades del régimen instituido pero que consolidaba a la cooperativa Excélsior como una fuerte y poderosa empresa editora.
En julio de 1976 Luis Echeverría lograría la realización de una asamblea en la cual se designaría al frente del diario al periodista de origen español Regino Díaz Redondo, quien ocupó dicho cargo 24 años.
Antes de consumarse el cambio, Scherer junto con colaboradores suyos (entre ellos Miguel Ángel Granados Chapa y Francisco Ortiz Pinchetti) abandonaron Excélsior. En realidad, Echeverría -o mejor dicho, sus agentes dentro de la cooperativa citada- utilizó como excusa la ocupación, por parte de un grupo de ejidatarios, de terrenos propiedad del periódico. De la crisis subsecuente se derivó el cambio de director y de línea editorial, a partir de entonces mucho más comprensiva con la administración de Luis Echeverría.
Meses después, en noviembre de 1976, fundaría con sus antiguos colaboradores de Excélsior, la revista Proceso, que saldría a la venta la primera semana de noviembre a pesar de diversas dificultades que se les presentaron, las cuales están narradas en un libro de Vicente Leñero llamado Los periodistas. Scherer dirigiría la revista hasta 1996, veinte años en los que mantuvo una línea crítica con el gobierno federal y sus diferentes encargados. La revista Proceso logró consolidarse como un semanario político importante de México, siempre con una línea crítica hacia el gobierno en los más de treinta años que ha sido publicada, lo cual, desde el enfoque de algunos que -al parecer- desconocen la misión de los periodistas, le resta credibilidad al semanario, pues "no está de acuerdo con nada".
Después de dejar la dirección de Proceso, en 1996, Scherer continuaría con la Presidencia del Consejo de Administración de CISA Comunicación e Información, S. A. de C. V., empresa que edita el semanario, cargo que hasta la fecha conserva.
Premios y distinciones
Ganó el Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI en la modalidad Homenaje, como reconocimiento a su trayectoria periodística, asimismo ganó el Premio Nacional de Periodismo de México de 1998.[1]
Publicaciones
A lo largo de su carrera, Scherer ha escrito diversos libros, todos ellos acerca de sus experiencias periodísticas, con buenos resultados de venta.
Siqueiros: La piel y la entraña.
Los presidentes (1986) editado por Grijalbo.
Salinas y su imperio, editado por Océano.
Cárceles.
Parte de guerra, coautor con Carlos Monsiváis.
Estos años (1995), editado por Oceano.
La pareja (2005), editado por Plaza & Janés.
La terca memoria (2007), editado por Grijalbo.
El poder: historias de familia (1990), editado por Grijalbo.
El indio que mató al padre Pro.
La reina del Pacífico (2008).
Allende en llamas (2008).
Secuestrados (2009).
Historias de muerte y corrupción (2011).
Calderón de cuerpo entero (2012).
Referencias
1.↑ Consejo Ciudadano del Premio Nacional de Periodismo, A. C. «Historia del “Premio Nacional de Periodismo e Información" 1975-2001». Consultado el 5 de marzo de 2010.
INDICADOR POLÍTICO
Columna de Carlos Ramírez H.
Una historia de Julio Scherer; el lado oscuro del periodismo
El periodismo también tiene su lado oscuro, como la luna. El columnista poblano Mario Alberto Mejía rescató una historia de Julio Scherer García, director de Proceso, publicada en un libro que pronto tendrá una nueva edición. La historia dibuja a personajes de carne y hueso. Por su interés, publicamos el texto completo de Mejía:
Hace algunos años, el periodista Emilio Trinidad Zaldívar, hoy convertido en el director de Comunicación Social del Ayuntamiento de Puebla, publicó junto con Arturo Ríos Ruiz, otro profesional de la escritura, un libro polémico: La década más larga. El libro fue publicado por la editorial Tamara, de Elda Peralta, quien fue esposa del escritor Luis Spota.
He aquí un fragmento revelador sobre Julio Scherer García, el santón del periodismo mexicano.
La "ingratitud" de Julio Scherer
Julio Scherer, el periodista indomable, reconocido por muchos, admirado y odiado por otros, un hombre polémico, irrespetuoso que se maneja como dueño absoluto de la verdad, también ha afrontado problemas serios y ha necesitado de los hombres. Por consiguiente, ha tenido necesidad de solicitar favores.
Julio Scherer García estaba sumamente preocupado por su hijo Julio de apenas 17 años, el joven estaba perdidamente enamorado de una jovencita dos años mayor que él, guapísima, toda una beldad.
El periodista sabía que Miguel Lerma Candelaria le consiguió trabajo a su hijo y a la novia en el Banco Nacional de Crédito Rural. Así que telefónicamente le pidió al funcionario se vieran en un café del hotel Presidente Chapultepec.
Se encontraron en una tarde tranquila, como a veces suele haber en esta gran ciudad, que presa del incontenible crecimiento, por lo general es caótica y terrible.
El periodista estaba muy serio, no podía esconder en su rostro un gran dilema que lo aquejaba por más que abordara temas referentes a la política nacional, como la actuación del licenciado José López Portillo en la Presidencia y las posibilidades que tenía Miguel de la Madrid Hurtado para sucederlo. Sin embargo lo traicionaba el trastorno mental que lo aquejaba.
Por fin se decidió:
- “Don Miguel, ¿es usted mi amigo?”
- “Sí señor, soy su amigo”.
- “¿Conoce a fulanita de tal?”
- “No, señor”.
- “No se haga pendejo, don Miguel, usted le consiguió trabajo en el banco”.
- “Perdóneme don Julio, pero le he conseguido trabajo a centenas de personas en la institución, además cuenta con una plantilla de más de 30 mil empleados, no puedo conocerlos a todos”.
- “Le repito, no se haga pendejo, usted va a ser testigo de la boda de esa mujer con mi hijo...”
- “¡A caray!, le doy mi palabra que no sé nada”.
- “Mire, don Miguel, se van a casar dentro de un mes y medio. Ella es una diabla, drogadicta, pero además se mete con cualquiera y va a destrozar a vida de mi hijo. Y antes que yo permita eso, personalmente la mato. ¡Ayúdeme!”
Lerma Candelaria guardó silencio. Sólo veía a don Julio Scherer, el temido director de la revista Proceso, cuyo semblante era el de la derrota pura, contrastaba con la imagen recia y demoledora que refleja en las páginas del medio informativo que manejaba con su característico profesionalismo.
Era el hombre que revelaba su debilidad, su congoja ante el terrible problema que le representaba la posibilidad de una boda no deseada, con fundamentos por la inmadurez del muchacho y la sobrada experiencia de la candidata.
Asomaba un rasgo de profunda debilidad en Julio Scherer, el que siempre se mostraba altivo ante los poderosos del sistema, sólo él los humillaba y se daba el lujo de escoger con quién entrevistarse.
Esta vez pedía auxilio, un favor que su inmenso poder periodístico no le podía solucionar, además, le tenía confianza a Miguel Lerma Candelaria, no se olvidaba que cuando inició su publicación (Proceso), luego de su forzosa retirada de Excélsior, el funcionario le compraba 250 ejemplares semanales, mismos que distribuía entre sus amigos.
Pero en este momento, Proceso ya era el medio obligado de cada semana, sus quemantes artículos siempre disidentes, críticos y demoledores, llenaban el desahogo de la población y cumplía bien su misión de “válvula de escape” en beneficio del propio sistema político nacional.
Pero también su indescifrable director estaba derrotado, podría decirse que hasta desquiciado, tanto que en su mente ya bullía la intención de asesinar, acabaría con su tesoro celosamente guardado por toda su vida, que es el de reafirmar en cada oportunidad que es el mejor periodista de México y eso lo ha mantenido en medio de opiniones encontradas.
Lerma Candelaria le dijo:
- “Mire don Julio, déjeme ver qué se puede hacer...”
- Pero la boda es dentro de mes y medio...
- “Por favor, espéreme”.
Se despidieron como los buenos amigos que eran, no sin antes insistir el periodista en su petición y reiterarle su congoja por el posible desenlace entre su hijo y la muchacha descarriada, que por lo general en las familias es motivo de jolgorio.
Al llegar a su oficina, Lerma Candelaria pidió a la oficina de personal el expediente de la damita y una vez con el documento llamó a su viejo amigo el capitán Chávez, quien tenía fama de ser un excelente sabueso, profesional y discreto.
Le pidió investigar a la jovencita, de dónde era, dónde había estudiado, qué clase de vida llevaba, sobre su familia y cuál era su situación emocional, no sin antes recordarle la importancia que tenía la discreción en la indagación y sobre todo, la confidencialidad.
Ocho días después el detective tenía el informe, le entregó al funcionario un sobre cerrado con videos, fotografías y grabaciones telefónicas.
El espectáculo fue impresionante, se confirmaba la opinión que de ella tenía Julio Scherer, las escenas mostradas eran terribles, competían con las cintas danesas y además, se confirmaba la adicción de la damita a los estupefacientes.
El funcionario le dio instrucciones al detective que le hiciera llegar la información al hijo del afamado periodista, que indagara su dirección y que de parte de nadie entregara el sobre cerrado y dirigido al muchacho.
Dos días después se presentó, ante Lerma Candelaria, Julio Scherer hijo. Le dio las gracias por todas las atenciones recibidas, por todo su apoyo en todos los favores que le había pedido y le solicitó uno más, el que despidiera a la muchacha.
- “Yo te pedí que la ayudaras, ahora te suplico que la corras”.
Tres días después, Julio Scherer padre se comunicó vía telefónica con Miguel Lerma Candelaria. Estaba eufórico, lo invitó al mismo lugar del hotel Presidente Chapultepec, deseaba tomar un café con él pues quería compartir su alegría sobre el final del romance frustrado.
Al presentarse el funcionario al lugar de la cita, ya estaba Julio Scherer en la mesa de costumbre, se paró contento, extendía la mano y lo abrazaba, esa vez era el altivo, el dominador y su semblante irradiaba gran satisfacción.
Era otro, sin el semblante del fracaso, del dolor y del desplome. Ahora el triunfo estaba indudablemente de su lado.
- “Don Miguel, ¿cómo le hizo? Mi hijo ya nos comunicó a la familia que no se casará”.
- “Yo no hice nada, don Julio...”
- “¡Claro que sí lo hizo, dígamelo!”
El funcionario insistía en no saber nada de lo que a aquél le interesaba, y así transcurrió parte de la tarde. Scherer ya había recobrado su carácter dominante, expresaba opiniones tronantes contra tal o cual funcionario, le anunciaba lo que publicaría en la semana siguiente en su poderosa revista y nuevamente era dominador e imperativo. No perdía oportunidad, en cada ocasión arremetía.
- “Bien, don Miguel, ¿entonces no va a decirme qué hizo?”
- “¿Por qué no lo olvida don Julio? Lo importante es que ya no habrá boda y eso es lo que a usted más le interesa ¿no?”
- “Pero quiero saber don Miguel...”
- “Está bien, don Julio. Un detective se encargó de todo, yo sólo le indiqué que el resultado se lo entregara a su hijo de parte de nadie y le aseguro que ignoro cuál fue la respuesta, pero me imagino que nada saludable para la muchacha”.
- “Eso debió ser”.
- “Bueno, don Miguel, quiero que sepa que desde este momento usted es mi amigo...”
- “¡Ah, caray! Entonces le voy a tener más miedo”.
- “¿Por qué?”
- “Porque dicen que usted prefiere perder un amigo antes que una portada...”
- “No se crea, también se ser hombre. Es más: además de mi amigo, usted es de la familia a partir de este momento. Le doy mi palabra.”
- “Lo que ha hecho usted, continuaba el periodista, es salvar a mi familia, le juro que estaba decidido a matar a esa muchacha. Ya no me importaba mi carrera ni nada, esa boda de todos modos no se iba a celebrar y gracias a usted no me convertí en un asesino. Don Miguel, yo ya había investigado por mi cuenta a esa mujer. Pero si le hubiera dicho a mi hijo qué clase de persona es, no me hubiera creído. Pensaría que era invento mío. Ahora él se convenció y eso se lo debo a usted para toda la vida.”
El tiempo siguió su desliz interminable, la situación para Lerma Candelaria cambió terriblemente y sobrevino su desgracia. Óscar Flores Sánchez, procurador general de la República, ya había urdido bien su plan desde seis meses antes que José López Portillo entregara el poder a Miguel de la Madrid.
El abogado de la nación calculó muy bien sus pasos y preparó las causales para el entonces diputado Lerma Candelaria, para el sexenio de Miguel De la Madrid, como si hubiera acuerdo, pues todos sabían perfectamente que el joven legislador gozaba de la simpatía de don José López Portillo y durante su administración de nada podrían acusarlo.
Vino el escándalo, agentes judiciales allanaron la sede de la Cámara de Diputados, buscaban a Lerma Candelaria para detenerlo, se metieron a sus oficinas y hubo maltratos a sus empleados, abrieron escritorios y se llevaron documentación y entonces sobrevino el reclamo de Luis M. Farías, entonces líder de los legisladores del país.
Hizo notar la grave falta cometida por la PGR, los diputados ocuparon la tribuna e hicieron pública su querella, pues se trataba de un choque de poderes y los ofendidos eran los representantes populares.
Luis M. Farías, en calidad de líder de la Cámara de Diputados, lanzó su queja a la opinión pública y el procurador general de la República ofrecía satisfacciones con disculpas a los legisladores y afirmaba que se trataba de una falta involuntaria de los agentes judiciales federales que habían sido enviados para aprehender a Lerma Candelaria.
Explicaba el funcionario que el parte rendido indicaba que el ayudante del diputado Lerma Candelaria entregó los documentos requeridos y que se había ofrecido a declarar en cuánto fuera llamado, y con ello se limaban las asperezas por la actuación del Poder Judicial.
Miguel Lerma Candelaria ya era un fugitivo desde ese momento, para las autoridades. La prensa nacional estaba volcada en su contra, salvo honrosas excepciones, casi nadie lo desagraviaba.
El aún diputado se encontraba en Estados Unidos cuando se enteró que Proceso publicó en la portada su fotografía y un título terrible que lo culpaba de lo que se le acusaba.
Indignado, tomó el teléfono y le marcó a Julio Scherer.
Él contestó:
- “Don Julio, habla Miguel Lerma”.
- “¿Qué pasó, don Miguel? ¿Habla para reclamarme la noticia de Proceso?”
- “No, de ninguna manera, sólo para comentarle que tenían razón: se ensaña con los amigos. Y eso que le nació incluirme entre los miembros de su familia...”
- “Es verdad, pero nunca le dije que yo sería su tapadera”.
- “No señor, jamás le pediría eso, sólo me interesa aclararle que lo único certero que dice la nota de su revista es mi currículo. Lo demás es lo que le dictó Óscar Flores Sánchez, porque ese cabrón no ha hecho otra cosa que difamarme. Y para acabar esta conversación, quiero decirle que es usted un hijo de puta. ¡Chingue a su madre!”
Y colgó la bocina.
Diez años después, de regreso a México, uno de los reporteros de la revista Proceso fue a ver a Miguel Lerma Candelaria, de parte de Julio Scherer, que le pedía una entrevista. Miguel se puso serio y le contestó:
- “¿Qué, acaso Julio Scherer no tiene huevos? Dígale que me la pida él.”
- “Perdóneme, pero yo no soy su mandadero”, contestó el reportero.
- “Pero de él sí. Dígale que quiero que me llame, no para darle la entrevista sino para mandarlo a chingar a su madre, y además recordarle lo del café en el hotel Presidente Chapultepec.”
En efecto, Julio Scherer confirmó que prefería perder un amigo que una portada. Quedaba clara su condición de periodista sin par, que tenía un lugar bien ganada en el ambiente informativo de la nación.
JUAN VILLORO
Leyenda y verdad. Julio Scherer
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/4607/villoro/46villoro.html
JULIO SCHERER GARCÍA ES UNA DE LAS PRESENCIAS FUNDAMENTALES PARA EL periodismo y la libertad de expresión en nuestro país. En este texto —leído el 4 de noviembre de 2007 en el Teatro “Macedonio Alcalá”, durante el homenaje que la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, el pintor Francisco Toledo y la editorial Almadía rindieron a Julio Scherer—, Juan Villoro, autor de Albercas, El disparo de Argón y El testigo, entre otros, nos ofrece un esbozo del gran periodista mexicano.
En el año canónico de 1968, cuando Julio Scherer García asumió la dirección de Excélsior, yo tenía doce años. Mi primera relación con el periodismo consistió en visitar la casa que rifaba “El Periódico de la Vida Nacional”. A la distancia, me parece extraño que no tuviéramos otra diversión que ir a una casa que sólo por azar podía ser nuestra.
Revisábamos las recámaras, los pisos relucientes, los grandes ventanales y el jardín como si aquel recinto entrañara una moral. En caso de que la suerte nos premiara, no sólo seríamos los felices propietarios de ese inmueble, sino que nos comportaríamos de otro modo. No me costó trabajo encontrar una habitación en la que me imaginé como el alumno modelo que nunca había sido, rodeado de amigos que al fin dejarían de ser imaginarios.
No ganamos la casa de Excélsior. Nuestra insistente participación en las rifas sólo nos dio un módico asador de carnes, con una parrilla cuadriculada, como la que se hizo cargo del mártir san Lorenzo.
En los siguientes ocho años, de 1968 a 1976, el Excélsior de Julio Scherer se convirtió en uno de los principales diez periódicos del mundo. Crecí leyendo los artículos de Daniel Cosío Villegas, Miguel Ángel Granados Chapa, Heberto Castillo, Enrique Maza y Carlos Monsiváis, las caricaturas narrativas de Abel Quezada, las crónicas deportivas de Manuel Seyde y Ramón Márquez, los reportajes de José Reveles y Ricardo Garibay, los comentarios sobre cultura de José Emilio Pacheco y José de la Colina, los cables internacionales que resumían el mundo en un minuto. Además, el periódico ofrecía publicaciones adicionales de alta temperatura intelectual: Vicente Leñero se hacía cargo de Revista de Revistas, Octavio Paz de Plural e Ignacio Solares de Diorama de la Cultura.
No pensé que este periodismo era un milagro, pues carecía de antecedentes y puntos de comparación. Durante ocho años una obra maestra llegaba a la casa con el sencillo aspecto de un periódico. Mi padre colaboró durante algunos años en las páginas editoriales, sin reponerse del asombro de que Julio Scherer solicitara la opinión de un filósofo, pero tal vez recordando que Hegel, gran devorador de noticias y transitorio director de un diario, había dicho: “La lectura matutina del periódico es una suerte de plegaria realista”.
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Para mi generación, el Excélsior de Julio Scherer fue la universidad abierta en la que ni siquiera supimos que estábamos inscritos. Sólo en 1976, con el golpe orquestado por el presidente Luis Echeverría, entendimos que la destreza informativa, en apariencia tan natural como la rifa de una casa, había sido un excepcional acto de valentía y desacato al poder autoritario.
De acuerdo con Manuel Vázquez Montalbán, hay dos tipos de periodistas: los que trepan en un helicóptero, descienden en paracaídas a una selva, arriesgan la vida en la línea de fuego y regresan para ganar el premio Pulitzer, y los que escriben o corrigen artículos desde una sombría oficina saturada de humos y sospechas de mala muerte. Ambos son imprescindibles.
Pero hay un tercer tipo de periodista, que acaso sólo encarna Julio Scherer, el que asume su vida como una misión gregaria donde cada máquina de escribir depende de otra y transforma su carisma en recurso informativo. Alguien, en algún momento, debe ordenar que se detenga la rotativa y el periódico pierda millones de pesos a cambio de mejorar la primera plana, pero sobre todo, alguien debe descubrir el talento de los otros, olfatear las virtudes que el colega no ha advertido en sí mismo, revelarle que su oficio es una misión con una moral inquebrantable. Sí, alguien tiene que encabezar la cruzada o, si se quiere ser menos épico, asumir la dirección de la obra.
Aunque en una época ya inverosímil pasó por años formativos, a Julio Scherer ya sólo podemos verlo al frente del pelotón. Incluso en su momento de mayor desgracia, cuando tuvo que abandonar el edificio de Excélsior:
Las fotografías lo registran caminando con enjundia por Paseo de la Reforma. Su perfil de senador romano, ideal para adornar una moneda, sus pasos decididos, sus gestos todos pertenecen a alguien que ya conoce las noticias del futuro y sabe que son otros los que se fueron al carajo.
Las indicaciones de Scherer para entrar y salir de escena han alterado numerosas biografías. A Jorge Ibargüengoitia le habló para decirle: “Quiero que escriba de lo que le dé la gana”. A continuación, el novelista renovó la crónica con estampas sobre sus tías de Guanajuato, el tamaño de las banquetas de Coyoacán y las vacaciones de su sirvienta Eudoxia. La presencia de Ibargüengoitia en la página 7, dos días a la semana, se convirtió en paradigma literario y permitió que más tarde numerosos escritores entráramos al periodismo a desentrañar enigmas de lo cotidiano.
La entereza de Scherer se comprueba no sólo en su resistencia ante las presiones de los poderosos, sino en el respeto con que ha favorecido a sus subordinados. Como director, prefirió las voces de los otros y les buscó el espacio donde se expresaban mejor. El periodista de hierro entiende la razón como algo que está fuera de él y debe constatar. Por eso no le gusta que le hagan entrevistas: es él quien las hace. Tampoco busca ni suele aceptar homenajes, y educadamente resiste ahora estos elogios que en el fondo lo incomodan.
No pensé que este periodismo era un milagro, pues carecía de antecedentes y puntos de comparación. Durante ocho años una obra maestra llegaba a la casa con el sencillo aspecto de un periódico.
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La valentía no lo ha abandonado al enfrentar las amenazas y la adversidad sutil de las adulaciones.
Su mejor testigo, Vicente Leñero, ha dicho de él: No es profeta, ni visionario, ni orientador. Es testigo, sin partido político que lo ampare, sin compromiso que lo ate, sin futuro que lo consagre. El reportero es un hombre conjugado en el presente cuya misión es lanzar preguntas, no dictar respuestas. Pocos reporteros son, en México, tan reporteros como este Julio Scherer de corazón abierto a la curiosidad.
En uno de los muchos diálogos que han sostenido, el periodista por antonomasia le dijo a Leñero: “¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? Que si visitáramos a Picasso, tú te pondrías a ver los cuadros y yo le haría una entrevista”.
La única noticia falsa que ha dado Scherer es la de su retiro como guía de esfuerzos ajenos cuando dejó la conducción de la revista Proceso, que hoy dirige con acierto Rafael Rodríguez Castañeda. No hay forma de que deponga su gusto por sugerirle temas a los colegas o de que se abstenga de interrogar la realidad. Su entrega al periodismo es adictiva.
Leñero ha dejado constancia de la noche en que una fotografía de Raúl Salinas de Gortari iba a ocupar la portada de Proceso y no encontraban una frase para respaldarla. Cuando las ideas parecían agotadas, Scherer dio con una que ha transformado el habla popular de México: “El hermano incómodo”. Lo mejor de la anécdota es que la puntería del director reveló, una vez más, su entusiasmo por el oficio. Los ojos le brillaban cuando le comunicó el titular a Leñero: “Dime que te gusta, dime que te fascina, dime que te enloquece”. Scherer es injubilable porque el periodismo no representa para él un trabajo sino un acto de pasión.
Aun en la calma, sus llamadas telefónicas tienen la crispada energía de quien asigna tareas. Para un periodista contemporáneo, oír esa voz es lo más cerca que puede estar de hablar con Zeus. Al recibir una llamada de Scherer, el admirado interlocutor piensa con una mezcla de temor y vanidad: “Si me pide que cubra la guerra de Troya, no me voy a poder negar”.
Pero la curiosidad también lleva a Scherer a hacer llamadas a propósito de temas que no serán noticia. En una ocasión me pidió que habláramos del Quijote. El autor de Vivir matando jamás actúa por pose. Me dijo con absoluta franqueza que el personaje más célebre de la literatura lo tenía sin cuidado; que, sin embargo, gente que lo conocía muy bien insistía en compararlo con ese dichoso engendro. Me pidió que discutiéramos el tema sin que él tuviera que someterse a leer los desvaríos de un enfermo de literatura.
El recelo de Scherer no podía ser más comprensible: el Caballero de la Triste Figura vive inmerso en la mentira y él, reportero de raza, persigue la verdad. Al mismo tiempo, no hay personaje que se le parezca más en el combate contra las desmesuras del poder. Y no sólo eso, en su discurso sobre las armas y las letras, el Quijote contrapone al hombre de acción con el poeta y toma partido por el soldado, el “mílite guerrero”, que se juega el cráneo en cada lance.
Para Cervantes, la ética no es nada sin la valentía. Egresado de Lepanto, busca una síntesis entre el intelecto y la acción. Su protagonista malinterpreta el mensaje y pone la espada al servicio de su delirio. Nada puede ofender más a Julio Scherer, que pone la palabra al servicio del combate y asume el riesgo superior de no confundir a los molinos de viento con gigantes y enfrentar al huésped que no paga alquiler en Los Pinos.
De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, México es actualmente el segundo país más peligroso para ejercer el periodismo, sólo superado en riesgos por Irak. En este entorno, Scherer prolonga una saga de caballería; si critica al Quijote es porque no le gusta que un colega se extravíe en la magia de las palabras en vez de vigilar los hechos.
“El periodismo es rudo por naturaleza”, ha dicho Scherer. Al modo de los grandes del box, está más orgulloso de sus heridas que de sus trofeos. La valentía no lo ha abandonado al enfrentar las amenazas y la adversidad sutil de las adulaciones. Hay periodistas que deben moderar el tono de sus artículos porque esa mañana el director de su periódico desayunó con el político que ellos pretendían criticar. La conciencia de Scherer no depende de su estómago. No hay oferta o halago que altere su tono. Basta ver la forma en que conversa, incluso con la gente que no le simpatiza. Su mano toma con firmeza el antebrazo del interlocutor, le golpea la rodilla, lo ve a los ojos con mirada hipercuriosa, el pelo agitado en tirabuzones, como un director de orquesta en un fortissimo. Scherer atenaza, atrapa en la conversación. No hay modo de distraerlo para que acepte un terrenito o un golpe para volver a Excélsior.
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Y cuando no tiene a quien entrevistar, se entrevista a sí mismo. Su libro más reciente, La terca memoria, recorre pasajes de los que ha sido testigo. Desde el presente, Scherer cuestiona al Julio que estuvo ahí; pone en tela de juicio al que vio aquello, le exige razones y respuestas.
Hace unos días, el fulminante caricaturista Gonzalo Rocha me señaló la importancia que la cárcel ha tenido como espacio periodístico y metáfora del oficio en la obra de Julio Scherer. En efecto, el reportero que anhela la libertad se ha ocupado de la mente cautiva (Siqueiros en Lecumberri), los reclusorios mexicanos y ciertos personajes impunes cuya única condena es la celda provisional que el cronista les otorga.
En 2001, Scherer entrevistó al subcomandante Marcos para Proceso y Televisa. El diálogo no podía ser fácil: enfrentaba a dos talentos de la retórica y a dos líderes naturales, acostumbrados a llevar la voz cantante. El resultado fue una pieza histórica, en la que ambos se esforzaron por entenderse y destacar ante los oídos del otro. Como en una partida de ajedrez, al final de la conversación, el periodista pidió al guerrillero que resumiera en un cuento su marcha a la capital. Marcos improvisó una fábula. Luego preguntó con el obligado candor que alguien de mi generación muestra ante Julio Scherer: “¿Pasé el examen?”
Scherer es el maestro. Por eso me desconcertó tanto que asistiera a un seminario que un grupo de colegas impartíamos en la revista Proceso. “Vengo a aprender”, dijo en forma desarmante. Después de las exposiciones, fue un alivio que nos corrigiera desde su silla de falso alumno. La vida había vuelto a la normalidad.
Cuando yo tenía doce años pensaba que el periodismo servía para ganar una casa. Hoy pienso lo mismo, pero por otras razones. En Excélsior y en Proceso, Julio Scherer construyó un espacio para la verdad, ruidoso y a veces exagerado, pero de puertas abiertas, hospitalario. Numerosas presiones lo asediaron y es un privilegio poder decir esta tarde en Oaxaca que le hicieron lo que el viento a Juárez.
“La mayoría de las vidas humanas son simples conjeturas”, escribió Julio Ramón Ribeyro. “Son muy pocos los que logran llevarlas a la demostración”. No es casual que la Fundación de Nuevo Periodismo, creada por Gabriel García Márquez, decidiera que su primer premio a una trayectoria ganada desde el periodismo fuera para Julio Scherer, que ha llevado su vida a la demostración.
Concluyo con una fábula sobre el inconforme ante el poder. En su biografía de Montesinos, el cronista peruano Luis Jochamovitz narra toda clase de descalabros morales y abusos políticos, pero desemboca en una nota esperanzadora. Durante años, Montesinos, hombre fuerte de Fujimori, corrompió en la sombra a infinidad de gente. Sin embargo, una tarde se enfrentó con alguien que tranquilamente le dijo que no y salió por la puerta como si su vida no estuviera en peligro. Que uno solo se negara a doblegarse, indicaba que no todo estaba perdido.
Demasiadas veces, los periodistas se han visto forzados a desviar la vista. Entre nosotros ha habido al menos uno que no ha cerrado los ojos. Como el rebelde de la fábula, él nos justifica a todos. Pronuncio el nombre de quien ha vivido para la verdad pero, muy a su pesar, ya se inscribe en la leyenda: Julio Scherer García.
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