domingo, 26 de mayo de 2013

Arnoldo, camarada


 

El joven que quiso ser artista y que lo logró, involucrándose a fondo en las luchas obreras y dedicando su vida al socialismo y la Revolución.


Twitter: @EduardoSuarez_

• «Socialistas palaciegos» les llamaba a unos ex comunistas que habiendo caído para arriba, un día se levantaron de la cama convertidos en personeros del PRI y burócratas de medio pelo al servicio de Carlos Salinas.

Mi cariño para Martha Recasens. Abrazos solidarios para Armando Martínez Verdugo y familia; para Elvira, Juan Luis y Luciano Concheiro; para Pablo Gómez Álvarez, Gerardo de la Torre y Luciano López Zamudio, y uno más para Humberto Musacchio, quien hace años le dedicara a AMV una nota bellísima insertada como prólogo en un libro de mi amigo Eduardo Ibarra. Ese texto de Musacchio no lo he podido encontrar, pero en mi opinión refleja lo que Arnoldo es y ha sido para nuestra generación a partir de que de las manos de éste y del asombro nos internamos en la maravillosa experiencia de la Revolución. Lo hicimos o tratamos de hacerlo desde las posiciones políticas y los principios filosóficos que el querido camarada que se nos adelantó hace dos días siempre supo defender y mantener con una gran dignidad.


Eduardo Suárez

Arnoldo Martínez Verdugo (AMV) falleció la tarde del viernes 24 de mayo en su casa de Tlalpan. Tenía 88 años de edad.

Murió con la convicción de que "en una nueva ofensiva, los pueblos del mundo pondrán fin al periodo de dominación de la propiedad privada", que hoy se presenta como una fatalidad histórica

AMV fue el dirigente histórico y el reformador en jefe del Partido Comunista Mexicano (PCM), al que sobre todo en tiempos harto aciagos se esforzó por mantener independiente respecto del dogmatismo soviético, la influencia del Partido Comunista de la URSS y la injerencia abierta o soterrada de los agentes gubernamentales de México y EU.

Fue, en 1982, candidato presidencial por el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Y más adelante, pieza fundamental para la unificación de las fuerzas progresistas en el comienzo de la transición democrática de este país.

Apenas el pasado 10 de enero, en el transcurso de un homenaje organizado por las autoridades de Tlalpan, Cuauhtémoc Cárdenas consideró, en referencia a Arnoldo Martínez Verdugo, que “su vocación unificadora de los movimientos democráticos, socialistas, de izquierda y progresistas” fue necesaria para acumular fuerzas y transformar el país. Y el antropólogo Roger Bartra —en un texto que envió a la ceremonia y cuya lectura estuvo a cargo de Ilán Semo— deploró la falta de una biografía amplia del homenajeado, cuyo papel democratizador equiparó con el del desaparecido dirigente comunista italiano Enrico Berlinguer.

El investigador criticó que en la historia de la izquierda mexicana AMV sea una figura olvidada por muchos, pese a ser “pieza clave” de la transición a la democracia. Señaló que AMV fue un dirigente comunista que, en contraste con la tradición estalinista, renunció a ser objeto de cualquier índole de “culto a la personalidad”, y que —por el contrario— se escondió detrás de la opacidad de su encargo como secretario general del Parido Comunista.

Ahí en Tlalpan, esto es en la Casa de Cultura de esa delegación, Martínez Verdugo estimó que “nuestro proyecto común tiene que ir más allá de la política”.

Aseguró que sus decisiones tomadas siempre fueron presididas por la convicción, y señaló que en la “búsqueda de un México digno, justo, mejor, debemos confirmar nuestro liderazgo ideológico y promover una profunda, real, transformación de la sociedad”.


VIDA Y MILAGROS

Nacido en Pericos, Sinaloa, localidad enclavada en el municipio de Mocorito, Arnoldo Martínez Verdugo obtuvo su primer trabajo en un pequeño comercio propiedad de un padrino que tuvo, de origen chino. Más adelante, en la ciudad de México, fue contratado como empleado de la empresa papelera “San Rafael”.

Había venido al DF para matricularse como alumno en la Escuela de Pintura y Escultura “La Esmeralda”, donde —en efecto— fue ayudante de Miguel Covarrubias durante la realización de dos pinturas murales en el desaparecido hotel Del Prado.

Del brazo del pintor Chávez Morado, se involucró en luchas por reivindicaciones sociales y se sumergió a conciencia en el estudio del marxismo.

En 1946, al final del sexenio de Manuel Ávila Camacho, ingresó al Partido Comunista Mexicano (PCM).

En 1959, durante la "guerra fría", en el contexto nacional de los movimientos magisterial y ferrocarrilero, los compañeros de Martínez Verdugo lo eligieron miembro del secretariado del partido. En 1963, al final del gobierno de Adolfo López Mateos, fue nombrado primer secretario de su Comité Central, y luego secretario general del PCM, cargo en el que fue reelecto hasta 1981.

Fue en ese lapso cuando el líder izquierdista encabezó el proceso de transformación que desembocó en la fusión del PCM con el Partido Socialista Revolucionario, el Movimiento de Acción Política, el Movimiento de Acción y Unidad Socialista, el Partido del Pueblo Mexicano y el Movimiento de Acción Popular.

Dicho proceso dio origen al Partido Socialista Unificado de México (PSUM), del que AMV sería candidato presidencial en 1982.
En ese año recorrió toda la República a borde del autobús insignia del partido, El Machete, nombre del legendario periódico del Partido Comunista Mexicano en la segunda, tercera y cuarta décadas del siglo pasado.

Al invadir el Pacto de Varsovia a Checoslovaquia (1968) para dar fin a la "Primavera de Praga", Arnoldo Martínez Verdugo y sus camaradas de partido protestaron con énfasis. Su ardua crítica erigió al PCM, junto con el Partido Comunista de la República Dominicana, en las únicas dos organizaciones políticas de ese signo ideológico que en América Latina se opusieron a la intervención de tropas extranjeras en la mencionada república del centro de Europa.

En 1978, en medio de polémicas de izquierda, Arnoldo Martínez Verdugo fue sin duda una de las figuras destacadas en las negociaciones con Jesús Reyes Heroles (secretario de Gobernación en el gobierno de José López Portillo) para la primera reforma electoral. En 1979, el PCM se alió con el Partido del Pueblo Mexicano, el Partido Socialista Revolucionario y el Movimiento de Acción y Unidad Socialista para formar la Coalición de Izquierda, con la cual participó en las elecciones por primera vez, aunque con “registro condicionado” a un buen resultado en los comicios.

Y lo lograron. La Coalición de Izquierda obtuvo 705 mil votos, lo que le permitió obtener 18 diputaciones federales. AMV fue elegido coordinador parlamentario de la correspondiente fracción en el Congreso.

El primero de julio de 1985 los medios dieron la noticia de que “cinco hombres armados secuestraron a Arnoldo Martínez Verdugo, candidato a diputado federal por el PSUM”. El Partido de los Pobres, entidad a la que dijeron pertenecer sus captores, reclamaba a manera de rescate una cantidad millonaria que, según se dijo, el PP había confiado al partido de Arnoldo en calidad de resguardo.

Ese dinero no era sino el pago recibido por el propio PP una década antes, a cambio de dejar en libertad a Rubén Figueroa Figueroa, capturado cuando era el candidato del PRI a gobernador de Guerrero.

Años después, el Partido Mexicano Socialista (sucesor del PSUM, que a su vez devino del PCM) nominó a Heberto Castillo Martínez como candidato a la Presidencia. Sin embargo, cuando faltaban unas cuantas semanas para la elección, la dirigencia y las bases del PMS decidieron que Heberto declinara y que el partido apoyara al candidato del Frente Democrático Nacional (FDN), Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

La presencia de Arnoldo Martínez Verdugo en esa etapa crucial fue determinante, y en lo que el escritor Carlos Fuentes describió como “choque de locomotoras”, el hijo del Presidente Cárdenas compitió contra el abanderado del PRI, el tecnócrata neoliberal Carlos Salinas de Gortari.

Tras el fraude (elecciones 6 de julio de 1988), del FDN y de la alianza entre el PMS y el grupo de ex priistas encabezados por CCS (la Corriente Democrática) iba a emerger el actual PRD o Partido de la Revolución Democrática, al que el líder histórico de los comunistas mexicanos también perteneció.

Como legislador, Arnoldo Martínez Verdugo hizo públicas y defendió sus apreciaciones personales y los posicionamientos de la por entonces llamada bancada del FDN (más adelante, PRD).

En marzo de 1996, por ejemplo, en medio de un fuerte debate propuso que la Cámara de Diputados se pronunciara contra la desnacionalización de la industria petroquímica y que fuese designada una comisión de legisladores que estudiaran la viabilidad de “otras salidas”. Los propósitos de su iniciativa se resumen en la conservación, la modernización y el desarrollo de esa industria nacional sin que para ello se tuviera que depositarla en las manos de los inversionistas de otros países.

En 2003, en el contexto del gobierno de Fox y durante un homenaje que le tributaron el Gobierno del Distrito Federal y la fracción perredista de la Asamblea Legislativa del DF, Martínez Verdugo advirtió que “el retroceso” en México está imbricado en los intentos de un régimen que representa “el interés del capital trasnacional de cara a la privatización de la industria eléctrica”.

Criticó al Ejecutivo federal por satisfacer sus requerimientos de recursos “a costa de seguir fortaleciendo a la banca”, y advirtió que una reforma fiscal enderezada en esa dirección afectará a la mayoría de los mexicanos y, entre otros resultados, provocará la desaparición de instituciones que han sido unas grandes impulsoras de la cultura. (Con información de México: La Jornada, sábado 25 de mayo de 2013, p. 2.)

| Arnoldo Martínez Verdugo fue el último líder del Partido Comunista Mexicano. Nació en la localidad de Pericos, municipio de Mocorito, Sinaloa, en 1925, y falleció a los 88 años de edad, el viernes 24 de mayo de 2013, en la capital de México.

• Gracias, Adolfo Llubere, por la siguiente nota http://www.redpolitica.mx/nacion/arnoldo-martinez-verdugo-el-comunista-que-libro-la-carcel-en-el-68 compartida:

EL UNIVERSAL | Discreto hasta el final, como aquél día del 68 en que la Policía allana las instalaciones del PCM y con brutalidad se llevan presos a los dirigentes, menos a él, un joven modesto, tranquilo.

—¿Usted quién es? —preguntó el policía.

—Yo soy el secretario general... —contestó Arnoldo Martínez Verdugo.

—¡Pínches gatos! ¡A la chingada! *

( * ) La verdad es que esa escapada no aconteció en 1968. Fue años antes, por ahí de 1966 o incluso antes, bajo el clima de la “guerra fría” y en vísperas de la visita de un personaje relevante del gobierno de EU a México.

Y tampoco se salvó exclusivamente Arnoldo sino varios de los dirigentes del PC.

AMV declaró ser “primer secretario”, no “el secretario general”, como asienta la nota periodística, y uno de los agentes policiales que había mandado Uruchurtu les replicó algo así como “¿Lo ven, pendejos? Sus jefes se fueron y los dejaron. ¿Se dan cuenta, secretaritos de mierda? ¡A la chingada, gatos, pélense o los refundo!”

| eS

12 comentarios:

Unknown dijo...

EN LA MISMA ACERA COMUNISTA*
Mario Héctor Rivera Ortiz y la liquidación del PRD/PMS/PSUM/PCM

• Responsabilidades de Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa y otros

[Primera de 2 partes]

En escritos anteriores el autor ha venido señalando la responsabilidad de la dirección del Partido Comunista Mexicano, encabezada por Arnoldo Martínez Verdugo, en la liquidación del PCM hasta el momento en que Valentín Campa Salazar, ante notario público, firmó la disolución definitiva del partido en la sesión de clausura del XX Congreso Nacional (noviembre de 1981). Ello es pues, cosa juzgada, de la cual quedan fuera únicamente los que hicieron pública su oposición a ese acuerdo o en algún momento hicieron autocrítica, pero se había dejado para después examinar la responsabilidad de los intelectuales que coadyuvaron a esa liquidación en el campo de la teoría y de los mansos militantes de base por su acatamiento ciego a tal acuerdo; prosigamos pues la crítica.
En febrero de 1981 Félix Goded, anunció la diferenciación de una corriente al interior del PCM que se proponía superar la situación crítica que vivía la organización, cuyos objetivos centrales giraban en torno a su democratización y sus relaciones con la clase obrera. Dicha corriente no era otra que los llamados “renovadores” que marchaba del brazo de otros grupos de simpatizantes literarios del partido. Goded señaló entonces que tales corrientes no eran homogéneas sino que contenían contradicciones y divergencias, pero que la mayoría de sus componentes coincidían en la búsqueda de nuevas alternativas para trasformar el partido en otro. En la corriente renovadora figuraban de manera destacada Enrique Semo, Humberto Musacchio, Jorge G. Castañeda, Rodolfo Echeverría, Pedro López, Roger Bartra, Roberto Borja y algunos otros.
Los más lúcidos miembros de esa tendencia fueron los encargados de hacer el diagnóstico del estado clínico del partido y a este respecto Enrique Semo analizó los resultados de las elecciones para renovar la Cámara de Diputados que se llevaron a cabo en 1979, en las que el PCM logró con el 5.10 por ciento de la votación global, el Certificado de Registro Definitivo más 18 diputaciones y lo fundamental, encontró que el electorado que votó en las urnas en favor del PCM no era preponderantemente obrero y que los porcentajes que sacaron los comunistas en las grandes ciudades era uniforme en los distritos obreros y de las clases medias; paralelamente que la composición y el crecimiento del partido exhibían las mismas características sociológicas que el electorado. Sobre la base de esta investigación Semo concluyó que el partido era “proletario por su ideología socialista, mas no un partido obrero por su composición ni por su influencia”. Agregaba además que existía una dispersión ideológica en la organización.
La corriente “renovadora” hizo, pues, en general, un diagnóstico correcto de la situación del partido e incluso recomendó formalmente al Comité Central que pusiera remedio a esa situación, empero su producción teórica no se enfiló en esa dirección precisamente, sino todo lo contrario, pues elaboró las premisas teóricas para la trasformación del PCM, no en un partido obrero revolucionario sino “democrático pluralista”, armado de un antisovietismo desenfrenado, sostuvo:
1. Que existía un estado de crisis de la teoría y de la actividad política en el partido.
2. Que el socialismo era una ideología minoritaria y que la clase obrera mexicana no era aún socialista.
3. Que los intelectuales y los políticos podían elaborar la teoría.

[Va a continuar...]

Unknown dijo...

EN LA MISMA ACERA COMUNISTA*
Mario Héctor Rivera Ortiz y la liquidación del PRD/PMS/PSUM/PCM

• Responsabilidades de Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa y otros

[Segunda de 2 partes | Es necesario aclarar que el comentario que sigue (en realidad, la segunda parte de uno solo), lo mismo que el inmediato anterior (cfr. infra de mi entrada “Arnoldo, camarada”) son de la autoría de MARIO HÉCTOR RIVERA ORTIZ. Pido disculpas por no haberlo explicitado hasta aquí debido a que tuve que partir en dos el material y no me di cuenta de la omisión: el link correspondiente ya lo había puesto al final, precedido por un asterisco (*).- eS]

[3. … ]
4. Que no era indispensable la composición ni la ideología proletaria para que un partido político condujera al socialismo.
5. Que el partido monolítico modernizado no era adecuado para las necesidades del movimiento revolucionario mexicano.
6 Que el viejo partido debía ser sustituido por otro nuevo.
7. Que el partido no era una secta filosófica.
8. Que el partido no poseía una ciencia ya elaborada.
9. Que debía ser el sitio donde se encontraran y se fundieran las ideas del socialismo científico con las corrientes mayoritarias predominantes en el seno del pueblo.
10. Que había que dotar al partido de una “identidad propia”.
11. Que el partido debía asimilarse a toda costa al sistema de opinión pública y a la legalidad burguesa.
12. Que la política de alianzas debía llegar hasta la supeditación y fusión orgánica del partido con todo tipo de fuerzas socialistas, socialdemócratas y populistas.
13. Que el marxismo mexicano sólo podía ser la asimilación-superación crítica del liberalismo radical, la versión democrático-revolucionaria de la ideología de la Revolución mexicana y el humanismo cristiano.
14. Que la fe antiestalinista era el medio para borrar la experiencia soviética y abrazarse al eurocomunismo y a las sabias enseñanzas de Enrico Berlinguer.
15. La corriente descubrió también que “no existe ninguna verdad eterna ni dogma inamovible”, etcétera.
Todas estas premisas y otras, por supuesto contenían algo de verdad, pero precisamente por su parcialidad se prestaban a la manipulación teórica, sobre todo cuando no se relacionaban una con otra y se les desconectaba de su historia real; o sea, fueron escritas en un contexto plagado de sofismas y conceptos eclécticos para desvirtuar el marxismo leninismo y substituirlo por una “teoría” oportunista de derecha.
Los renovadores actuaban en todos los niveles de la organización partidaria pero se atrincheraron básicamente en las revistas Proceso y El Machete, así como en los periódicos Unomásuno, Oposición, Excélsior y suplementos “culturales” de algunos diarios (ver el libro Por la renovación del Partido Comunista Mexicano, Comerciales Lincoln, ACERE, 1981), desde donde coadyuvaron a la solución de la crisis del partido en perjuicio del movimiento obrero y comunista mexicano.
Vale destacar aquí la valiosa contribución de Carlos Monsiváis a la obra renovadora, quien desde las páginas de El Machete suscribió el homosexualismo político para impulsar la democratización pequeñoburguesa de una sociedad primitiva.
Y aunque ahora, en el 2012, la escena final de la farsa renovadora está a la vista, es decir la liquidación del PCM y la putrefacción de sus restos, inmersos hasta el cogote en el pantano de la socialdemocracia, es saludable y útil desplegar este guión para la información de las generaciones de luchadores sociales de la actualidad y para quienes se esfuerzan por reconstruir un partido obrero marxista leninista.

* El encabezado principal y la secundaria o epígrafe fueron puestos por el titular de este blog; el resto del texto no ha sido alterado. Lo tomé de http://www.forumenlinea.com/portal/index.php?option=com_content&view=article&id=868:el-pcm-en-visperas-de-su-liquidacion&catid=66:forum-en-linea-245&Itemid=104 | Última entrada, lunes 27 de mayo de 2013 a las 10h30, tiempo de la ciudad de México. | eS

Unknown dijo...

EN LA ACERA DEL “ESTABLISHMENT”
José Woldenberg y Arnoldo Martínez Verdugo*

Texto de José Woldenberg**
[1a de dos partes]
Revista Emeequis / Cd. de México
Sábado 25 de mayo, 2013
http://www.m-x.com.mx/2013-05-25/arnoldo-martinez-verdugo-por-jose-woldenberg/

De la intensa, compleja y productiva vida de Arnoldo Martínez Verdugo traigo a la memoria las que pienso son sus contribuciones fundamentales en un periodo de transformaciones del Partido Comunista Mexicano y de buena parte de la izquierda. En ese espacio temporal AMV encabezó por lo menos cuatro grandes ideas que sirvieron para remodelar el rostro de la izquierda mexicana. Existe evidencia suficiente para demostrar que por lo menos entre 1968 y 1982 AMV impulsó de manera sistemática y decidida la construcción de una izquierda: a) independiente, b) institucional, c) unificada y d) democrática.

A) Independiente. En 1968 los ejércitos del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia. Pusieron fin a la hasta entonces llamada Primavera de Praga. Un intento por inyectarle ciertas dosis de libertad a un sistema de gobierno vertical y opresivo. El “experimento” encabezado por Alexander Dubcek fue ahogado a sangre y fuego. En medio de la Guerra Fría, la Unión Soviética no permitía ningún gesto de independencia de uno de sus países satélites. Y ese clima político e ideológico llevaba, casi de manera inercial, a que izquierdas y derechas se alinearan con sus respectivas potencias imperiales. Lo que hiciera o dejara de hacer la URSS era justificado por las izquierdas para no hacerles el “juego” a los enemigos estratégicos y algo similar sucedía en el polo opuesto.

Pues bien, el Partido Comunista Mexicano, encabezado por Martínez Verdugo, condenó de manera contundente esa invasión. Fue un momento culminante de un proceso que tenía antecedentes. El PCM, si bien seguía manteniendo relaciones de colaboración con los otros partidos comunistas, no estaba dispuesto a ser un peón acrítico del Partido Comunista de la Unión Soviética. Si mal no recuerdo, el PCM fue el único partido comunista de Latinoamérica que asumió esa posición y por supuesto eso honra al PCM y a AMV.

B) Institucional. Electoral. Luego del impacto del movimiento estudiantil de 1968 y de su paranoica represión, la izquierda independiente mexicana vivió un renacer. En un clima de efervescencia, altamente irritado, proliferaron proyectos de todo tipo: agrarios, obreros, estudiantiles, populares. Se fundaron nuevas publicaciones, aparecieron nuevos partidos y organizaciones que aspiraban a serlo. Se discutían las vías de transformación, las estrategias de lucha, los métodos de trabajo. Son los años en que además se multiplican grupos guerrilleros que asumen que las vías de la política pública y pacífica se encuentran clausuradas.

[Va a continuar...]

* El encabezado o título y subtítulo es del titular de este blog.- eS
** Publicado originalmente en el diario Reforma el 17 de enero pasado, a propósito de una serie de actos para homenajear en vida a Arnoldo Martínez Verdugo, fallecido el 24 de mayo de 2013, a los 88 años, en la ciudad de México. [Nota de la Redacción de Emeequis.]



[Continuará]

Unknown dijo...

EN LA ACERA DEL “ESTABLISHMENT”
José Woldenberg y Arnoldo Martínez Verdugo*

Texto de José Woldenberg**
Revista Emeequis / Cd. de México
[2ª de dos partes]
Sábado 25 de mayo, 2013
http://www.m-x.com.mx/2013-05-25/arnoldo-martinez-verdugo-por-jose-woldenberg/

[ … ]
En ese ambiente, en 1976, el PCM, encabezado por AMV, lanza la candidatura de Valentín Campa a la Presidencia de la República. El Partido Comunista no cuenta con registro, pero el recorrido de Campa por todo el país, apareciendo en auditorios y plazas, entrando en contacto con trabajadores y estudiantes, campesinos y activistas, resume una idea: “estamos aquí; somos una fuerza nacional; tenemos derechos; deseamos participar en las elecciones y eventualmente obtener cargos de representación”. La iniciativa no es comprendida por toda la izquierda. Recibe fuertes críticas. Pero sin duda, es un antecedente sin el cual no se puede comprender la reforma política de 1977 que precisamente abrió las puertas para que corrientes políticas hasta entonces marginadas del mundo institucional/electoral pudieran incorporarse a él. Sobra decir que no pocos partidos que en su momento criticaron al PCM y a AMV luego siguieron esa misma ruta.

C) Unificada. La fuerza electoral de la izquierda era magra. Y además estaba “atomizada” en un archipiélago de partidos y organizaciones que le restaban poder de atracción y disminuían su peso político. En las primeras elecciones luego de la reforma de 1977, el PCM —en coalición con otras organizaciones— obtuvo el 5 por ciento de los votos y resultó el partido de izquierda más votado. No era suficiente. Era posible y necesario ofrecer a la diversidad política realmente existente en la izquierda una organización unificada.

Arnoldo Martínez Verdugo, entonces, encabezó una operación ambiciosa: disolver al Partido Comunista para construir un nuevo partido de las izquierdas. La disolución del primero, luego de un poco más de 60 años de existencia, para unirse con otras formaciones, tuvo que hacer frente a resquemores y dudas de toda índole, pero en 1981 permitió la fusión de cinco agrupaciones para dar paso al Partido Socialista Unificado de México. Fue el primer eslabón —fundamental— de lo que luego sería un proceso unificador cada vez ambicioso: PMS (1987) y PRD (1989).

D) Democrática. El primer y único candidato a la Presidencia de la República de aquel PSUM fue Arnoldo Martínez Verdugo en 1982. Viajó de norte a sur, de oriente a occidente, y con sus muy cuidados discursos refrendó una y otra vez el compromiso de la izquierda a la que encabezaba con la democracia. Socialismo y democracia no solamente debían fundirse, sino trascender la peregrina idea de que la democracia no formaba parte de su bagaje, compromiso e ideales.

* El encabezado o título y subtítulo es del titular de este blog.- eS
** Publicado originalmente en el diario Reforma el 17 de enero pasado, a propósito de una serie de actos para homenajear en vida a Arnoldo Martínez Verdugo, fallecido el 24 de mayo de 2013, a los 88 años, en la ciudad de México. [Nota de la Redacción de Emeequis.]

Unknown dijo...

EN LA ACERA DE ENFRENTE*
Visiones de Christopher Domínguez Michael acerca del PCM y Arnoldo Martínez Verdugo**

“Recuerdos…”
Texto de Christopher Domínguez Michael
Letras libres / Cd. de México
[Sección “Revista: Rusia, Europa y el fin del mito, 3”]

1ª de ocho partes

La izquierda mexicana no ha entendido, en su mayoría, las lecciones de la caída del Muro de Berlín y sus consecuencias morales y políticas. Los antiguos comunistas se dicen hoy demócratas sin haber hecho un verdadero examen de conciencia. Este texto, a caballo entre la crónica y el ensayo, del ex camarada Domínguez, es una honesta e imitable excepción.

| a E. Vázquez Martín


1. LA PRIMAVERA EN EL HOTEL DE MÉXICO

En el otoño de 1980 visité la URSS. Mi viaje fue una de las últimas visitas oficiales de los comunistas mexicanos a la madre patria. Esa fue su única particularidad. Un año después, el Partido Comunista Mexicano, al que pertenecía como miembro de la comisión juvenil, se autodisolvió, tras 62 años de existencia., a E. Vázquez Martín1. La primavera en el Hotel de México

En el otoño de 1980 visité la URSS. Mi viaje fue una de las últimas visitas oficiales de los comunistas mexicanos a la madre patria. Esa fue su única particularidad. Un año después, el Partido Comunista Mexicano, al que pertenecía como miembro de la comisión juvenil, se autodisolvió, tras 62 años de existencia.

Milité en el PCM durante sus últimos y paradójicos años. Partido privado de su creciente influencia durante el régimen cardenista por decisión de Moscú, el PCM vivió una amarga Guerra Fría, entre la persecución y la autofagia. Tras 1968, una nueva dirección decidió reformar al Partido, condenando la intervención soviética en Checoslovaquia y reivindicando al movimiento estudiantil, cuyas demandas democráticas hizo suyas, a diferencia del Partido Popular Socialista, consentido de Moscú y del PRI, que aplaudió la matanza del 2 de octubre. En 1978, a mis quince años, marché en el contingente comunista, conmemorando. Durante esa década, el PCM se había adueñado del Sindicato de Trabajadores de la UNAM, y, tras las elecciones de 1979, obtuvo la legalidad con el 5% de los votos y una bancada parlamentaria de doce diputados.

Aquel PCM era una familia. La mayoría de mis camaradas eran hijos o nietos de militantes históricos y, salvo en escasos sitios, era una sociedad de conferencias, que, a falta de relaciones con los obreros y los campesinos, luchaba con cierto éxito por restaurar su crédito entre la intelectualidad universitaria, dividida en numerosas sectas izquierdistas. El PCM, en alianza con algún grupo trotskista, había impulsado la reforma política, lanzando la candidatura sin registro de Valentín Campa a la presidencia de la república en 1976, quien compitió en solitario con López Portillo. Los dirigentes más visibles del PCM eran Arnoldo Martínez Verdugo, Pablo Gómez, Gerardo Unzueta, Eduardo Montes, Arturo Martínez Nateras y Gilberto Rincón Gallardo. En la mejor tradición del leninismo, decidieron que sólo la apuesta temporal por la democracia burguesa, y concretamente por las libertades electorales y sindicales, podía salvar al comunismo mexicano de la extinción. Mal o bien intencionados, lograron volcar a la izquierda hacia las urnas. Quienes nos insultaron por "reformistas" hoy ganan y pierden elecciones en el PRD. […]

[Va a continuar.]

* Título del titular de este blog.
** Tomado de http://www.letraslibres.com/revista/libre/recuerdos-del-partido-comunista | Última entrada el lunes 27 de mayo de 2013 a las 12h00MxDF

Unknown dijo...

EN LA ACERA DE ENFRENTE*
Visiones de Christopher Domínguez Michael acerca del PCM y Arnoldo Martínez Verdugo**

“Recuerdos…”
Texto de Christopher Domínguez Michael
Letras libres / Cd. de México
[Sección “Revista: Rusia, Europa y el fin del mito, 3”]

2ª de ocho partes

[ … en el PRD. ]

Martínez Verdugo, antiguo estudiante de pintura en la Esmeralda, a quien la opinión pública conoció gracias a una entrevista en 1973 en Sucesos para todos, que dirigía Alejandro Jodorowski, llegó a la Secretaría General del PCM a una edad insólitamente temprana, tras la quiebra de la calamitosa dirección de Dionisio Encina en 1959. La generación de Arnoldo remaba contra un agravio histórico. Los soviéticos impusieron en 1937 la "política de unidad a toda costa", obligando a su sección local a entregar el control del movimiento obrero a Lombardo Toledano y a Fidel Velázquez. Más tarde, a los comunistas mexicanos les faltó valor para asesinar a Trotski. Campa y Laborde, sus dirigentes en 1940, fueron expulsados por ineficientes. Por ello, en el 68, el PCM —impulsado por su canciller, Marcos Leonel Posadas— dio algunos signos de rebeldía, como la condena a la invasión de Checoslovaquia o una entrevista con los líderes chinos poco después de los incidentes fronterizos de Manchuria entre la urss y el reino celeste de Mao.

Los comunistas mexicanos sumaron a los agravios de 1937 su consecuencia histórica. Para el PCUS, como para el régimen de Castro, la prioridad eran las buenas relaciones con el PRI, auténtico partido hermano, o el coqueteo experimental con la naciente guerrilla urbana. Así que nuestros comunistas decidieron practicar el "policentrismo", la doctrina italiana de Palmiro Toggliatti basada en la primacía espiritual del PCUS junto a la "libertad" de cada partido para realizar su política doméstica. En México era una necesidad de sobrevivencia, pues en aquellos años, mientras los soviéticos se negaban siquiera a mencionar la matanza del 2 de octubre, el régimen de Díaz Ordaz era un entusiasta defensor de la soberanía agredida del pueblo vietnamita.

Al pragmatismo de Martínez Verdugo se sumó la creciente curiosidad de Martínez Nateras y de Rincón Gallardo por el eurocomunismo, ese último intento de socialdemocratizar a los PC occidentales antes de la entonces imprevisible catástrofe de 1989-1991. Debe darse crédito al PCM por las actividades de su XIX y penúltimo Congreso de 1981, donde por primera vez en México un partido ofreció una discusión pública de sus ideas. Tras abandonar el concepto "dictadura del proletariado" por un simpático eufemismo llamado "poder obrero democrático", el PCM refrendó su condena de la invasión soviética de Afganistán (1979), abogó por una salida pacífica y negociada al conflicto polaco, y discutió los documentos partidarios más originales en la historia de la izquierda mexicana, que incluían demandas ecológicas y feministas, defensa de los derechos políticos del clero y de los homosexuales. Se promovió la revista El Machete (1980-1981), cuyo director Roger Bartra apostó por una iconoclastia que rebasó rápidamente las buenas intenciones de quienes apenas aspiraban a emular el nuevo catecismo de Enrico Berlinguer, Georges Marchais y Santiago Carrillo. […]

[Va a continuar.]

* Título del titular de este blog.
** Tomado de http://www.letraslibres.com/revista/libre/recuerdos-del-partido-comunista | Última entrada el lunes 27 de mayo de 2013 a las 12h00MxDF

Unknown dijo...

EN LA ACERA DE ENFRENTE*
Visiones de Christopher Domínguez Michael acerca del PCM y Arnoldo Martínez Verdugo**

“Recuerdos…”
Texto de Christopher Domínguez Michael
Letras libres / Cd. de México
(Sección “Revista: Rusia, Europa y el fin del mito, 3”)

3ª de ocho partes

[… y Santiago Carrillo.]

Ese XIX Congreso se realizó en el eternamente inconcluso Hotel de México. Y pese a los contingentes campesinos de Ramón Danzós Palomino, era casi imposible encontrar entre la doctrinaria audiencia que votaba a mano alzada si había o no "crisis del capitalismo", algo parecido a un obrero industrial. Pero en compañía de los ideólogos priistas Reyes Heroles y Muñoz Ledo, y del PAN, esos comunistas comenzaron, a fines de los años setenta, a legitimar la "electoralización" de la vida mexicana. Desde entonces, antiguos católicos como Rincón Gallardo soñaban con un "compromiso histórico" con el viejo y honrado enemigo conservador, el PAN. Se favorecía el diálogo cristiano-marxista, que tuvo su momento estelar cuando Valentín Campa entró en 1980 a la Basílica de Guadalupe como testigo de calidad en la misa por el asesinado arzobispo Romero de El Salvador. A la distancia, cabe decir que la cultura política mexicana se vio beneficiada por la brevísima primavera del PCM.


2. SILENCIO EN EL BÁLTICO

En esos días visité la Unión Soviética. El motivo era un folclórico —en varios sentidos— encuentro entre las juventudes mexicana y letona, pues nuestra agenda debería cumplirse en la hermana República Socialista Soviética de Letonia, en cuya capital, Riga, sesionamos. Arribé a Moscú con un ejemplar de América, de Kafka, y tan pronto como pude compré en un kiosco, con toda libertad, ejemplares de L'humanité y de L'Unitá, cotidianos de los partidos francés e italiano, cuyas opiniones eran las mías. La ausencia de "sociedad civil" en Moscú, es decir, de cualquier forma atractiva de vida callejera, me alarmó. Comprobé otras cosas desagradables: la absoluta desigualdad de la mujer, que ni siquiera conducía automóviles, así como la incapacidad de los camaradas del Komsomol, la organización juvenil soviética, para aclarar preguntas cuyas respuestas yo ya sabía. Preferían explicarnos que no había habido mala fe en los jueces al privarnos de la medalla para Daniel Bautista en los apenas clausurados juegos olímpicos. Pero no respondían por qué se necesitaba de pasaporte interno para ir a Letonia, por qué se veían jóvenes en las iglesias o cuál era la razón, tras recorrer el Museo Lenin, de que tantos bolcheviques hubiesen muerto entre 1936 y 1937. Yo había leído a Trotski antes que a nadie pero ingresé al PCM, un par de años atrás, por clasicismo.

Huésped insignificante, califiqué con siete a esa dictadura soviética que me acogía como appartchiknik. Creía firmemente en que el socialismo era una empresa prometeica de la humanidad, y que como tal, por más taras, enfermedades o desviaciones que padeciera, era un Estado obrero estructuralmente superior a cualquier otro tipo de sociedad.

Regresé, comunista al fin, con la misma opinión con la que llegué, la aprendida con los intelectuales del PCM, quienes como Bartra, Enrique Semo y Sergio de la Peña consideraban reformable al país de los Soviets. Los crímenes de Stalin o Pol-Pot me parecían una desgracia que la superioridad moral e intelectual del marxismo se encargaría de lavar. […]

[Va a continuar.]

* Título del titular de este blog.
** Tomado de http://www.letraslibres.com/revista/libre/recuerdos-del-partido-comunista | Última entrada el lunes 27 de mayo de 2013 a las 12h00MxDF

Unknown dijo...

EN LA ACERA DE ENFRENTE*
Visiones de Christopher Domínguez Michael acerca del PCM y Arnoldo Martínez Verdugo**

“Recuerdos…”
Texto de Christopher Domínguez Michael
Letras libres / Cd. de México
[Sección “Revista: Rusia, Europa y el fin del mito, 3”]

4ª de ocho partes

[… se encargaría de lavar.] Me avergonzaré toda la vida de haber practicado esa escatología diabólica. No es consuelo pensar que esa misma lógica guió a los grandes escritores y filósofos, aquellos que tuvieron el valor de arrepentirse en voz alta: Panait Istrati, Koestler, Silone, Revueltas, Merleau-Ponty, Morin, y tantos otros.

La persistencia del desasosiego prueba que mi enfermedad infantil del comunismo dejó, para bien y para mal, secuelas incurables. Este año, en Santiago de Chile, lo volví a vivir. Un viejo comunista chileno, bellamente esculpido como un muñeco de nieve, escuchaba en una reunión los horrores del pinochetismo que mis amigos contaban a una pareja de diplomáticos. El héroe de la resistencia antifascista escuchaba y llamaba gentuza al general y a sus sicarios. Ese mismo hombre vivió quince años en Moscú, al calor de los huesos de cincuenta millones de rusos sepultados por ese comunismo soviético del que se siente orgulloso. Es autor de un libro sobre el poeta Neruda donde ni siquiera aparece la palabra "estalinismo".

Tan pronto salimos de Moscú mi opinión cambió un tanto. Conocí en el tren la chejoviana melancolía de los rusos, casi alegre, y miré una campiña bastante depauperada. Pero cuando llegamos a Riga mi colorida película tornose blanco y negro. Ignorante de la trágica historia báltica, cuando paramos en el andén me vi arribando a un país europeo militarmente ocupado por los soviéticos. El traje de los jóvenes comunistas letones, todos ellos altos y caucásicos, era un uniforme negro que asemejaba al de las ss. El ballet folclórico que nos dio la bienvenida brindaba todo el horror plástico de la impostura. Y de la hermosísima Riga recuerdo a las mujeres golpeadas en la calle por maridos ebrios ante la indiferencia general. Me aterrorizó, al fin, el antisemitismo, que, aunque milenario en esa zona del mundo, era aprovechado por los jóvenes comunistas locales para sacar a gritos a los "judíos" de los bares cuando los delegados mexicanos llegábamos a tomar un trago. Dejé de presumir que mis bisabuelos judíos habían emigrado desde esas tierras hacia los Estados Unidos tras los pogromos de 1905.

Pocas noches después, uno de los delegados mexicanos logró subir a una prostituta a su habitación. Se hizo Guardia Blanca en su puerta para evitar que las matrioshkas que vigilaban el piso lo descubriesen. Pero los komsomoles de Moscú, todos llamados Alejandro, fueron informados de la transgresión y entraron de mala manera a la psicalíptica habitación, de donde fue expulsada la muchacha, entre patadas y escupitajos, acusada reiteradamente de ser "una puta judía".

Caminando en una playa del Báltico con el corresponsal del PC español, éste me dijo que a pocos kilómetros, en Gdansk, los obreros luchaban por el verdadero socialismo. Me volví a conmover pero al día siguiente, cuando nos llevaron a saludar al horrísono jerarca de los sindicatos letones, para mi eterna vergüenza, fue el alegre priista y no yo quien se atrevió a preguntarle qué pasaba en Polonia. El espectáculo terminó en una fábrica de helados, donde los obreros fueron obligados a actuar en la tayloriana línea de producción, esa que fascinó a Lenin, para complacernos. […]

[Va a continuar.]

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[… para complacernos.] No nos miraban con odio. Ojalá así hubiera sido. Mostraban el más estremecedor de los tedios.


3. LA ILUSIÓN CRÍTICA

Mi visita a la URSS sólo acentuó mi creencia en la urgente reforma democrática del movimiento comunista internacional, de cuya órbita "crítica" me sentía parte. La palabra "disidente" era para los renegados. Al año siguiente, viví unos meses en Europa y fue el crítico de cine Ricardo Muñoz Suay (1916-1996), ex dirigente comunista español, quien me hizo pasar del eurocomunismo al liberalismo, sometiéndome a rigurosas y dialécticas sesiones de adoctrinamiento en su piso de Barcelona. La democracia era incompatible con cualquier forma de dictadura. No importaba cómo se llamaba el régimen soviético, sino lo que era: la negación del origen libertario del socialismo.

Hacia 1982, cuando volví, el PCM ya no existía, y al disolverse tiró por la borda todas sus sofisticaciones intelectuales. La fusión con los grupúsculos estalinistas de Gascón Mercado y Roberto Jaramillo, que no aumentó sustancialmente el porcentaje electoral, hizo pasar el programa del XIX Congreso al olvido. En el nuevo partido, el Partido Socialista Unificado de México, apenas milité. Durante su primer festival hubo una gresca a golpes entre simpatizantes y enemigos del rebelde sindicato polaco. En diciembre de 1982 publiqué mi último artículo en la prensa partidaria. Le devolví a mi padre los 52 tomos de las obras completas de Lenin. Más que mi viaje a la URSS, fueron las lecturas que provocó, de Bertrand Russell y Gide a Koestler, Castoriadis, Kundera y Paz, las que me convirtieron en uno más de los comunistas que se vuelven anticomunistas pero que prefieren hablar con ex comunistas.

Si por comunismo se entiende bolchevismo, hidra materna del leninismo, del trotskismo, del estalinismo, del maoísmo y del guevarismo, soy anticomunista. Esa es por desgracia la forma esencial del izquierdismo en América Latina. Es frecuente que quien lleva la camiseta asquerosa del Che Guevara sea un aspirante al matarife bolchevique, el revolucionario profesional. Ojalá que la otra tradición, la de Michelet y Lasalle, Bernstein y Kautsky, tras el trauma del siglo xx, nos lleve a nuevas y venturosas fusiones entre el socialismo democrático y el liberalismo. Los mencheviques no han dicho su última palabra.

Durante la década que concluyó el 1 de enero de 1992, cuando la hoz y el martillo bajó del asta bandera del Kremlin, los ideólogos de la izquierda mexicana no mudaron en gran cosa sus opiniones. Si Margaret Thatcher se entusiasmó con la Perestroika y los Gorbachov, no veo por qué no habría de hacerlo la izquierda local. Pero los teóricos más agudos, como Bartra o el precozmente fallecido Carlos Pereyra, se dedicaban mejor a pensar la trama del poder y la democracia en México.

La escisión izquierdista del PRI en 1987, esa malévola profecía lombardista cuya sola posibilidad negábamos histéricos los comunistas, ocurrió. La formación del PRD le ahorró a los marxistas-leninistas de todas las tendencias la urgencia de cualquier autocrítica. […]

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[… de cualquier autocrítica.] Por primera vez tenían que hacer política: el poder estaba al alcance de la mano. Debe decirse que el tautológico concepto de "revolución democrática" que bautizó al partido de Cuauhtémoc Cárdenas proviene, eliminando el "y socialista", del acervo comunista, lo mismo que el democratismo del PRD y su degeneración, más jacobina que leninista, el asambleísmo. A cambio, los priistas les enseñaron a ganar elecciones y a manipular grupos sociales. La torpeza democrática de la izquierda mexicana no es culpa ni de los comunistas ni de los priistas —ninguno de los dos fue liberal—, sino de la ausencia en México, desde 1919, de una socialdemocracia clásica, muchos de cuyos valores —los igualitarios— fueron absorbidos por el partido de la Revolución Mexicana.

La caída del Muro de Berlín llegó tarde para despertar a los marxistas-leninistas. Pero no es privativo de México: basta leer las declaraciones de Julio Anguita o la histeria pro serbia de tantos antiguos comunistas europeos para ver que la tara es universal e incurable. Si cuando Stalin pactó con Hitler tantos comunistas se quedaron en sus partidos, confundidos pero sumisos, no veo por qué habría que esperar mucho de ellos después de 1989.

Tras el carnaval del 68, los marxismos se convirtieron en una variada escolástica, medieval por universitaria, que al perder pie en la tierra del socialismo, quedó, más que desnuda, harapienta. Si ya era ridículo discutir "la naturaleza del socialismo real" borrando cualquier prueba empírica proveniente del Este, esa actividad se volvió bochornosa tras el colapso de 1989. Por ejemplo, esos trotskistas a quienes quisimos tanto, sufrieron la peor de las catástrofes intelectuales. Creyeron que Solidaridad en Polonia llevaría a cabo esa revolución obrera que destituiría a la burocracia estalinista. Pero lo que triunfó en 1989 fue la democracia burguesa —en Polonia, Hungría y Checoslovaquia— con una preocupante tendencia a la "contrarrevolución" católica y antisemita. Un trotskista, que todavía los hay, replicará que todo es culpa del estalinismo. Pero en la URSS el comunismo —aplicación práctica, consecuente y genocida del leninismo— fue, siguiendo a Marx, un obstáculo gigantesco a la acumulación originaria del capital, que hoy día se impone con voracidad trágica. La reconversión socialdemócrata de los comunistas en Polonia y en Hungría, y en mucho menor grado en Rusia, retoma esencialmente al marxismo anterior a la III Internacional de Lenin, quien en 1918 usurpó diabólicamente, para siempre y sin remedio, al pensamiento de Marx. Los crímenes cometidos en nombre de las ideas no las abandonan sin deshonrarlas.

La verdadera tragedia para la izquierda latinoamericana ocurrió, ya se ha dicho, en marzo de 1990, cuando los sandinistas perdieron las elecciones. Que un Daniel Ortega conmoviera al entregar el poder, entre lloroso y digno, fue el epitafio de la Revolución, diosa durante casi tres siglos, convertida en una criada que devolvía la casa a la deturpada democracia y a sus valores. Poco después los guerrilleros salvadoreños pactaron una transición democrática. Y cuando los archivos de Moscú fueron saqueados […]

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[… fueron saqueados] durante los años noventa, sólo a los ignorantes sorprendió encontrar las facturas de las módicas donaciones —dada su escasa relevancia— que el PCUS daba a los comunistas mexicanos.

Y me temo que la caída del Muro, al final de cuentas, benefició a la tiranía de Fidel Castro. Sin la incómoda protección ideológica de la URSS y sus socios, el dictador de La Habana se convertía en la última esperanza de la izquierda latinoamericana, que al desentenderse del drama de Moscú o Sarajevo demostró que su enfebrecido leninismo fue también una forma cosmopolita y pasajera de nacionalismo, caudillismo y jesuitismo. Y no me extraña que el castrismo también seduzca a la vieja derecha hispanista, católica y antiprotestante. Castro no es heredero de Lenin ni de Martí, sino de Manuel Godoy, el primer caudillo hispánico, y de todos sus sucedáneos. Eso lo entiende mejor el pontífice católico Wojtila que las izquierdas "democráticas" de México y del resto de América Latina. La prueba de fuego para el demócrata de origen comunista o nacionalista está en su actitud ante Castro. Pocos la pasan.


4. Adiós a la Estación de Finlandia

¿Qué se hicieron los comunistas, los trotskistas, los maoístas? Muchos militan en el PRD y sus credenciales democráticas son tan legítimas o tan dudosas como las de los panistas que consideran al general Pinochet un amable ancianito. Otros personajes —muchos de los radicales del PCM y de otras sectas— abandonaron sin dar explicaciones a la izquierda y se volvieron funcionarios de Salinas de Gortari. No los culpo. Ser burócrata comunista, sindicalista universitario, dirigente campesino o profesor de economía marxista era frustrante y aburrido para aquellos fogosos animales políticos.

Más fascinantes para el literato son quienes pasaron de la guerrilla a los aparatos de seguridad gubernamentales. Ser policía es una fantasía infantil que puede cumplirse. Odian su pasado con la misma rabia homicida con que odiaron al Estado burgués. Son más discípulos del policía Fouché que del idealista Saint-Just. Y muchos de los que hoy sufren en silencio o se desgañitan por la democracia, aplaudirán una restauración del leninismo en cualquiera de sus formas o mutaciones. Su guía providencial y su obra maestra es el Subcomandante Marcos. Está en la naturaleza del bolchevismo cambiar la táctica en función de la estrategia, los medios en el horizonte del fin.

¿Y a mí, qué me ocurrió? Cuando hizo acuso de recibo de mis Tiros en el concierto (1997), Jorge Aguilar Mora me preguntó por qué no explicaba, hablando de José Revueltas, cómo había dejado yo mismo de ser comunista. Me parecía, le dije, una petulancia insoportable incluirme, con mi cómoda y anodina travesía comunista, en el drama del siglo XX. Aguilar Mora, dado que no concuerda conmigo en casi nada, insistió. Para dar una respuesta debo preguntarme lo obvio. ¿Por qué estuve, durante una breve e intensa temporada, en el PC, al grado de representarlo, así fuera en una reunión tonta, en la URSS? ¿Qué pesaba más en mí, la mitología revolucionaria o la democratización de México? […]

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8ª y última de ocho partes

[… ¿Qué pesaba más en mí, la mitología revolucionaria o la democratización de México?]

Como tantos hijos del siglo me fasciné ante los mitos del bolchevismo. Pero sufría una escisión igualmente tópica entre el totalitarismo de esa mitocracia y mi afán sincero por la libertad. He dicho libertad y no justicia, pues debo precisar que a los comunistas mexicanos, a diferencia de otras tendencias de la izquierda, les interesaba esencial y paradójicamente la libertad política, sueño de intelectuales antes que de trabajadores. La generación de mis padres luchó por libertades políticas en el 68. Y, en el México actual, éstas han ido imponiéndose, a pesar del autoritarismo del PRI, pese a la doctrina leninista, a contracorriente de la extrema derecha panista. Por ello no me arrepiento de haber sido, en el momento que lo fui, comunista.

En el PCM, sociedad semiclandestina, conocí a héroes y a villanos, y, con más frecuencia, a hombres y mujeres que habían sido ambas cosas. Sentado en el suelo, escuché al preso político por antonomasia del Priato, Valentín Campa, contarnos cómo descubrió, tardíamente, a Gramsci. También conocí a los rapaces que destruyeron las universidades de Puebla y Sinaloa, y convirtieron a la UNAM en el campo experimental del "socialismo a la mexicana". Pero fueron más los camaradas que me dieron ejemplos inolvidables de civismo, así como la posibilidad, a través de revistas como El Machete y El Buscón (1982-1986), de hacer de la crítica de la cultura una actividad periodística rigurosa.,

Entiendo que me puedo dar el lujo de ser indulgente conmigo mismo, y con los comunistas que saludo de vez en cuando, porque ni ellos ni yo tuvimos nunca el poder. La inexistencia histórica del Partido Comunista en México, contra lo que creía Revueltas, el santo hereje, fue una bendición. Pero fue en esa organización de añeja observancia estalinista donde aprendí las reglas y las trampas del debate democrático, así como a blandir, hasta la fecha, la retórica argumentativa de la demonología bolchevique, que a mis amigos les parece irritante o chistosa pero precozmente senil.

Cuando cayó el Muro de Berlín ya no formaba parte del mundo de la izquierda mexicana. Me intrigó, no sin consternación, pensar qué estarían sintiendo los viejos comunistas. Entendía que para Octavio Paz y François Furet fuese una victoria. La Noche Vieja de 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética, canté La Internacional, entre la nostalgia y la blasfemia. Acaso recordaba haber conocido mujer en esa tierra. Gloriarse de haber sido uno de los últimos comunistas mexicanos que visitó la Rusia soviética es como presumir de ser extra en la más multitudinaria de las películas. Es la protagónica fantasía literaria de haber alcanzado a ver el tren de la Historia alejándose de la Estación de Finlandia tras haber depositado a Lenin, cuya momia vi. Y, en 1997, cuando crucé caminando la puerta de Brandenburgo en Berlín, lloré. No sé por qué.


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